2 de noviembre de 2014

Cadiztorias: Jalogüin gaditano (Cap. 1: El contexto)

El contexto
Domingo 31 de octubre de 2010, 18:30 de la tarde. Víspera del día de todos los santos, o lo que es lo mismo, en inglés: Halloween.
Camino solitario reflexionando acerca de lo aburridos y sobre todo lo largos que resultan los domingos por la tarde. Especialmente éste, que dura una hora más por culpa del puto cambio de hora durante la madrugada anterior.
Un cerebro aburrido es para las dudas existenciales lo que la mierda para las moscas: comida. La primera (duda, no mosca, aunque hoy también estoy hecho una mierda) me asalta a las puertas del Parque Genovés a donde he llegado fortuitamente guiado por unas piernas sin gobierno: ¿pa qué carajo se cambia la hora?, ¿a qué viene este auto-engaño colectivo?... dicen que es una medida de ahorro... ¿y compensa?, ¿quién carajo ahorra en un día que dura más?, ¿cuánto ahorra?...¿se descubrirá algún día en el futuro qué había detrás de este montaje?, ¿será una conspiración?... Sólo por el incordio que supone mirar dos veces el reloj para darle tiempo a tu cerebro a pensar la hora que es ahora y no antes, ya habría que quitarlo. Es como el euro, que seguimos pensando: 3 euros - 100 pavos, 20 euros - 3 talegos, 50 euros - 8 talegos... ¿pa qué carajo ha valido entonces?... pa metérnosla doblá, como el cambio horario.
¿Y la putada que es tener que ir cambiando la hora de cada reloj?; antes cuando nada más que se tenía un casio cagón en la muñeca, todavía, pero, ¿y ahora que vivimos en una cuenta atrás vital permanente rodeados de relojes que nos recuerdan cómo se nos va gastando la vida?: el del coche, el del móvil, el del portátil, el del ipod, el del gps, el del microondas, el del video (si, qué pasa, yo sigo teniendo video. Y además beta, pa dar por culo), el reloj de la cocina, el reloj del salón, el reloj del dormitorio, el reloj de la cámara, el reloj del plasma (sí, qué pasa, tengo plasma y video beta, con dos cojones), el reloj del horno, el reloj de la termomix, el reloj de la nevera... total, que la hora que gano atrasándola, la pierdo en atrasarla, toma jeroglífico... así vivo, en un conflicto espacio-temporal permanente más chungo que el del viejo de los pelos blancos de regreso al futuro. Po toavía tengo que aguantar a carajotes neojipis de esos que te dicen -yo no llevo reloj; no lo necesito, paso de que el tiempo me controle...
-¿que pasas de que el tiempo te controle?... el big ben te metía por el culo yo a tí desgraciao... claro, rodeao de relojes como estamos no te hace falta llevar uno en la muñeca… pero en el culo nunca viene mal, gilipollas. Seguro que fumas y no llevas tabaco. Ni dinero. Ya te diremos los carajotes que llevamos reloj la hora y te daremos un cigarrito y cambio pal autobús... Parásito!!...
En fin, como puede verse, el cambio de hora provoca ciertos trastornos físicos y mentales que no se han valorado y que seguro que hacen que no merezca la pena. Así que lloremos un poco o seguiremos mamando.

Pues eso, que tales disquisiciones me habían llevado a las puertas del parque genovés la tarde de la víspera del día de todos los santos. Y ya que estaba allí, entré. El parque genovés es un lugar seguro para vagar y pasear sin miedo, excepto en Halloween. Pero yo no lo sabía. A media hora del cierre (es desalojado cuando cae el sol) la zona del merendero permanecía llena de gente. Cosas de la crisis. El nuevo chiquipark de Cádiz; un lugar donde celebrar los cumpleaños con piñas, piedras, palos, gatos, palomas y charcos en lugar de piscina de bolas y rolans macdonals gilipollas. Y gratis.
Pero al pasar junto a las mesas dos cuestiones captaron mi atención. Por un lado la decoración: de árbol a árbol colgaban guirnaldas con calabazas, esqueletos y fantasmas compradas en el chino. Por otro la edad de los asistentes: ninguno bajaba de los 30 tacos. Algunos llevaban capas de drácula y sombreros de bruja. Había también 2 abuelos vestíos aproximadamente de fredy cruguer y 3 abuelas que o bien se acababan de levantá de la tumba y eran zombis o bien se acababan de levantá de la cama y venían despeinás y en batas de boatiné. Y había whisky. Y ron y ginebra. Y canutos. Un botellón por derecho en el que las parejas y familias se mezclaban y perdían los papeles sin pudor en una especie de wustok gaditano. Un bastinaso.
Agobiado por el cambio de hora y asqueado por ver a dos abuelas borrachas remangarse sin éxito las sábanas viejas que componían sus localistas disfraces de casper para echar una meada impune en mitad del camino, decidí internarme en la espesura del parque. Allí donde sólo llegan algunos de los estrechos senderos que parten de los caminos principales. Lo que en ese momento no sospechaba era que aquél intento por alejarme de la realidad podía suponer también alejarme de la vida; o acercarme a la muerte, según se mire.
En mitad de la fronda, perdido en la foresta, todo el mundo siente algo de miedo. Sobre todo si ve acercarse un zombi de siete años con una bolsa del mercadona en la mano diciendo: -¿truco o trato?...
(continuará...)

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