15 de febrero de 2014

Diseño sueco, uso español.

De los creadores de la estantería "Billy", la mesa "Lack" y el sofá "Klippan", llega ahora... ¡ el macetero "Papaja"!... ¡corre a por el tuyo!, ¡que se los quitan de las manos (y en qué mal momento...)!...
 
 Qué costumbres más raras tienen estos escandinaBos... Aunque viendo las colas y con lo novelera que es aquí la gente, de aquí a ná está to cádi echando sus semillitas en los maceteros; cosas de la globalización...

5 de febrero de 2014

Cadiztorias: Día de furia gaditano

Cuando el maikel duglas de cádi se levantó, el sol aún andaba en pijama. Tras dos días de lluvia y gris, el regreso de la luz encendía el optimismo y moderaba la permanente inflamación de huevos. -Me veo hasta más guapo, pensó ante su reflejo mientras blandía el peine contra el remolino almohadero que aprovechando la noche había tomado su coronilla. Rendirlo le supuso ganar su primera batalla del día. La cosa pintaba bien.
Que fuera sábado no le había impedido mantenerse firme en la rutina: despertar justo antes de que lo hiciera el despertador, calzar babuchas, preparar cafetera, vaciar vejiga, quitarse eskijama... Tan sólo se había permitido una sabadeña concesión que por otro lado estaba perfectamente recogida y regulada en sus estatutos personales: dejar el tulipán abierto hasta el final del desayuno.
Había comprobado que eso le relajaba y le servía para eliminar las toxinas mentales acumuladas durante la semana. Dejar el tulipán abierto durante los 6 minutos y 14 segundos que duraba el desayuno era al mismo tiempo su desahogo y su parte oscura. Su vicio y su pecado, su único y esporádico ejercicio de incoherencia. Lo que según él mismo se decía, le hacía más humano igualándolo en lo cabrón. Tela. No quería salir limpio del juicio final por no quedarse sólo fuera. Pero tampoco quería ser el último en el patio del infierno.
Correcto en el saludo, exquisito en el ascensor y amable en la casapuerta, salió a la calle. Apenas había dado seis pasos cuando pisó la primera mierda. -¡Me cago en su puta madre!, ¡puto perro!... -gritó encorajinao, pero inmediatamente tiró de viejos recuerdos infantiles para reconducir su ira: -¿quienes son más guarros?, ¿los perros o sus dueños?... (le preguntaba su padre cada vez que se veían obligados a recorrer la calle Fernán Caballero haciendo eslalon para ir y venir de de la guardería)
-sus dueños, le enseñó a responder machaconamente. -Recuérdalo hijo, algún día te ayudará saberlo. -Papá, no me lo digas más veces!... -contestaba él. Y así durante toda la guardería, la egebé y parte del bup. Hasta que repitió tercero y como castigo dejaron de eskiar mierda juntos.
- Los dueños... murmuró nostálgico mientras limpiaba la suela en un parterre, -...los dueños... De repente, el perro de la ferretería Quirós llegó junto a su pie de apoyo y lo meó. -¡Sus mu... dueños... volvió a decir controlando la respiración mientras notaba como el corrosivo orín canino iba poco a poco calando la loneta de sus tenis hasta impregnar sus calcetines. Pero todos sabían que el perro de la ferretería Quirós era un perro callejero, libre, indomable... sin papeles, chip ni dueño conocido.
Todos menos él, claro. Decidido, con un pie meao y otro cagao, se adentró en Quirós en busca del dueño.-¿Quién es...? - yo soy la última, dijo una señora en bata antes de que pudiera terminar la pregunta, - que llevo askí media hora y ya mesacolao medio cádi, y tó pa comprá un paquete de azufre y una lata de zotal pa espantá a los perrito asqueroso que me se mean en la casapuerta... Vociferó en voz alta con afán informativo. Pero nadie pareció darse por aludido. Desvelado el misterio de quién era el último en la cola y de que la misma existía, aguardó su turno evitando entablar conversación con la agresiva señora a pesar de compartir aparentemente el mismo problema. -¿Quién va ahora?... -se escuchó decir tras una imposible pirámide de cajas de tornillos y tuercas levantada sobre el mostrador. -¿es de alguien el...?... -comenzó a preguntar nuestro protagonista hasta ser nuevamente interrumpido: - mío, el ford focus verde es mío, pero no me sale der carajo moveslo otra vé, que llevo gastao 30 leuro en gasoi na má que moviendo er coche pa dejá pasá a carajote que no saben esperá. ¿No hay más calle en Cádi o qué?, ¿tor mundo tiene que pasá hoy con er coche por aquí?... ¿qué carajo es esto?, ¿enrique las marina o la emetreinta?... eso sí, la única que no ha pasao en tor día es la maquinita esa pa bardeá la calle...   a esa no hay forma de verla ningún día, así está esto, que parese el pipicán de cádi... Quien así se expresaba era el segundo en la cola, y viendo al ritmo que ésta avanzaba, era presumible suponer que el ford focus verde llevaba cortando la calle algo más de 40 minutos. Con dos cojones. -Vamo a relajarno... -dijo la voz tras la pirámide, -que va a habé tornillo pa tor mundo... Pero alguien correcto y cumplidor como el maikel duglas de Cádi no estaba ya pa mucho relax. Su ofuscación estaba a punto de alcanzar el punto de no retorno. -Es que yo sólo quiero hacer una pregunta, -insistió el Maikel. -no picha, tu lo que quieres es no esperar tu turno para hacer la pregunta y colarte por la puta cara. -Intervino un tio en chandal con zapatos y una bolsa verde de la que asomaban los avíos pa un puchero. -¿O es que te crees que los demás no queremos preguntar?... - pero... -ni pero ni polla, tu imagínate que te cuelas y preguntas si tienen juntas de goma pa las tapadera de la olla exprés y te dicen que no hay, ¿para qué me han servido entonces a mí los cuarenta minutos de cola, eh?... me quedaría hundido y encima tendría que esperar hasta el lunes pa podé comprá una puta goma de tapadera de olla exprés...
De repente el Maikel comenzó a ponerse colorado, a jadear y a emitir  un agudo sonido como el del pitorro de una olla exprés: -¡¡¡¡iiiiiiii!!...¡ah, ah!...¡iiiiii!!!... El resto de la clientela enmudeció al verlo. Todo el mundo dio un paso atrás pero sin alejarse mucho para no perder "la vez" y justo cuando más rápido y agudo era el sonido, la voz tras la pirámide, llevada por la imprudencia de no ver lo que ocurría al otro lado del mostrador, preguntó: - ¿quién va ahora?...
El vacío que siguió al desgarrador grito del Maikel duglas fue como el que precede a la deflagración: -¡¡¡¡los dueñoooooooooooooossssss!!!!... ¡¡¡quién carajo son los dueñoooooooo!!!... Fueron cuatro, como mucho cinco, los segundos de silencio que siguieron al grito. A la señora de la bata apenas le dio tiempo de apoyar el codo derecho sobre la palma de la mano izquierda para llevar los dedos de la mano derecha a la mejilla  y decir tres veces "oy" seguido de "qué boquita" antes de que los miles de tornillos, tuercas y arandelas que conformaban  la pirámide del mostrador cayeran sobre ella. La pirámide colapsó por el rapidísimo maguashigueri lanzado por el maikel duglas de cádi y fue entonces cuando la voz que tras ella se ocultaba cobró forma humana encarnándose en un tío bajito, fornido y con un lápiz en la oreja. Tras él, un inmenso y oscuro pasillo se perdía en las profundidades. Sus lozas agrietadas, la altura de las desvencijadas estanterías y la estrechez del paso le daban un aire tenebroso. Nada tenía que envidiar en su aspecto a cualquier desfiladero de Mordor. No ver el final asustaba, pero más asustaba imaginarlo... A la dantesca escena contribuía la espesa cortina de polvo que provocaron los chalecos de seguridad y ropa laboral que colgaban de las paredes al ser sacudidos por la onda expansiva de la pataita. El nota del focus había salido despedido hacia atrás y permanecía inmóvil, ensartado como una brocheta en el expositor de picaportes y llamadores situado junto a la puerta. Ya no tendría que volver a mover el coche. Finos regueros de sangre, cual rajoyanos hilillos, descendían del expositor hasta formar un charco en torno a la bolsa de los avíos del puchero del nota del chandal. Y uno de sus zapatos. La visión del puerro, el mocasín y las dos papas bañadas en sangre era espeluznante. Aunque no tanto como la de su dueño con la cabeza atravesada por una broca atraviesamuros  que le entró por un ojo y le salió por la nunca al salir huyendo equivocadamente contra el taladro en exposición que ahora lo mantenía erguido. Y descalzo de un pie.
Pero.. ¿y la voz tras el mostrador y supuesto dueño del perro?...
Repentinamente envejecido por el polvo, quedó en shock momentáneamente. Lo último que el maikel duglas de cádi pudo ver fue a otros seres de la misma altura con lapices en las orejas salir del pasillo y arrastrarlo a duras penas a las profundidades del desfiladero. El maikel no los siguó. No era trabajo suyo desratizar las entrañas de la city.
Sino la superficie... (continuará).