El pasado fin de semana, mientras el mundo se rascaba por las numerosas guerras que irritan su piel, la comunidad internacional trazaba las estrategias para enfrentarse al ébola y España vomitaba al imaginarse a Rato, Blesa y Spottorno en "carsonsillo" tirando de tarjeta en cualquier puticlú de carretera, aquí, en Cádi-Cádi, verdadero y genuino centro del mundo, la gente ha estado ocupada en otros menesteres.
Como todos los años, en un ritual que se repite desde que el primer fenicio que llegó dijo aquello de "tengo el cuerpo cortao", los gaditanos han dedicado el puente del Pilar a la que es sin duda, junto a la búsqueda de aparcamiento, una de sus más laboriosas tareas: Sacar la ropa de invierno.
El fenómeno, que va por su tresmilypico edición, se ha situado ya a la altura del paso del rio Mara por los ñú, la migración de la mariposa monarca a Michoacán o el Día de la marmota de Pensilvania, como uno de los indicadores meteorológicos de referencia mundial; constituyendo, por si mismo, un espectáculo de la naturaleza de una belleza plástica indescriptible perfectamente aderezado con ligeros matices de nostalgia y tristeza propias de la estación. Esa gama de azules, verdes y rojos de las fundas de cuadritos del moro (antes de los chinos) a reventar, esas cremalleras rotas incapaces de soportar la presión y esa estampida de ácaros desbocados al sentirse libres buscando napias y lagrimales que okupar como si en la conquista de Oklahoma estuvieran.
Y como no, el llanto amargo de polos, nikis y camisetas al verse nuevamente recluidos, la tristeza de bermudas y bañadores obligados a hibernar en el canapé junto a sábanas viejas y regalos feos sabedores de que quizás el próximo año se note demasido que hace ya siete que pasaron de moda...
Pero la naturaleza es sabia, y muy hija de puta. Y sabe, que a pesar de todo, que a pesar de alergias y peste a alcanfor, que a pesar de nostalgias y tristezas, en el fondo, muy en el fondo, el gaditano ya está hasta el carajo del verano y vive con la ilusión del niño que se se pone zapatos nuevos (aunque sean los mismos del invierno pasao) la llegada de la nueva estación. Y del segundo puente. El de la Inmaculada. No se vayan a creer. Que nos permitirá cruzar en un suspiro de polvorones y papelillos al otro lado, aliviándonos la amarga travesía que culminará cuando nuevamente volvamos a vernos los pies. En las chancla.*
*Siempre he querido terminar un relato con la palabra chancla, y aunque en este caso la concordancia de número me obligaba a terminar con el plural "chanclas", la inexistencia en gaditano de dicho plural me ha permitido tomarme la licencia gramatical y cumplir mi viejo sueño finalizando este relato como me sale de los cojones. He escrito.
Jajajajajajajaja ¡qué grande!
ResponderEliminar¡¡¡Qué grande!!! Jajajajajajajaja
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