13 de noviembre de 2009

11 de Noviembre: ¡Feliz Navidad!

¡Ea!... 11 de noviembre y ya es navidad en la calle José del Toro 11 3º izquierda. Por cojones. En pocas ocasiones se tiene la posibilidad de descubrir quien abre la veda de algo, quien tira la primera piedra, quien ejerce de chispa detonante, quien rompe el hielo, quien es el primero en sacar la ropa de invierno y ponerse er shaquetón... pero esta vez hemos estado atentos. A este infeliz papa noel le quedan casi dos meses por delante colgado de la barandilla...qué bastinaso...¡Feliz navidad!!!...

10 de noviembre de 2009

Tómate la vida

Aquella mañana me levanté tarde. Bueno, no seamos negativos, hagamos honor a nuestro nombre y apliquemos la perspectiva local; comienzo de nuevo:

Aquella tarde me levanté temprano. Tan temprano que aún no habían abierto ni las tiendas. Serían las tres y media. Pasear a esa hora por Cádiz es un gustazo. To pa tí. ¿Dónde está la gente joé?... tor mundo acostao, fijo. Despué nos quejamo. Desde luego...

Me puse las shanclas y pa la calle a aprovechá er diíta. Lo bueno del verano aquí es que no hay que quitarse el pijama y ponerse la ropa; se sale a la calle con lo mismo que se duerme: carsona ancha sin güevera o pantalón de chanda viejo recortao y shancla. Si vas a salí der barrio te pones camiseta o tiranta. Si no, no. Yo soy de chanda recortao y de camiseta quitá echá en un hombro por si acaso (nunca se sabe si el trapicheo te llevará más allá de las fronteras de tu barrio).

En fin, andando pa la Caleta iba cuando me entró una sé del carajo. Aún no sé qué me provocó la sé: el solaso de mitá dagosto dándome ner coco o la ilusión de que el peso que hacía asomar mi bolsillo por debajo del malamente recortao pantalón der chanda fuera un euro pa una servesa. Fuera el huevo o la gallina, palpé el bolsillo por fuera del pantalón. El tacto me ilusionó, pero al meter la mano comprobé que se trataba del típico chicle duro, aplastao y empanao en pelusas que suele parasitar las esquinas de los bolsillos de los pantalones de chanda viejo recortao. Se me vino el mundo encima. Estuve a punto de echarme a la bebida pero recordé que echarme a la bebida era lo que me había llevado a esa situación. Hundido, sediento y sin dinero comenzaron a asaltar mi mente todo tipo de sentimientos, imágenes y noticias negativas: el cádi no va a subí este año, rosario mohedano va sacá un disco, el mundo se va a ir al carajo...

En esas estaba cuando de repente vi algo que me devolvió la ilusión, la fé en el ser humano: un carrito del carrefú abandonao con el euro dentro. Desesperado, lo reventé para extrer la moneda y raudo me dirigí a comprar una cerveza. Se la compré al juanlu, que estaba delante del hotel atlántico reponiendo la nevera con la que vende de estraperlo por la playa.

Con mi cerveza fresquita decidí continuar la vuertesita por la alameda. Caminé reflexionando sobre si encontrarme aquel carro con el euro había sido fortuna o miseria. Pensé en mis pantalones cortao de chanda y en su chicle empanao en pelusa. Pensé en rosario mohedano dando el cante y en el pobre juanlu vendiendo latas de tapadillo a pleno sol.

Apoyado en la balaustrada, y mirando pa Rota dignamente (con los pantalones puestos), me dispuse a pegar el último trago. De repente, al elevar la cerveza sobre el azul de la bahía, reparé en el slogan que cruzcampo había insertado en aquella lata: "tómate la vida".
Y me la tomé.

8 de noviembre de 2009

¿Si o qué?... (1ª parte)

No soporto las muletillas; ya sabéis, esas frases o expresiones que de pronto se ponen de moda y se repiten hasta la saciedad. Me dan mucho coraje. Especialmente cuando están en plena etapa de expansión. Una de las que menos soporto es la de decir “entre comillas” haciendo el gesto con los dedos en el aire y poniendo cara de gilipollas; no lo soporto; es superior a mí. Si tuviera poderes y pudiera viajar en el tiempo, me dedicaría a averiguar quién es el primero que se las inventa y por ejemplo, en el caso del “entre comillas”, cortarle los dedos a la “altura de los hombros” (entre comillas, claro).
Las peores son las propagadas por la tele. Por ejemplo la de “pues va a ser que no”. Normalmente al principio tienen gracia, pero poco a poco la van perdiendo y acaban saturándote. Lo peor llega cuando te la meten doblá con la frasecita. Te cogen con la guardia baja y es cuando más te jode. Por ejemplo: vienes de Sevilla en pleno agosto a 50 grados y sin aire acondicionado en el coche, te sales de la autopista para entrar en un área de servicio y comprar una botellita de agua fría y cuando le dices al dependiente
-¿me da una botella de agua muy fría?, éste te contesta sonriendo -pues va ser que no… ¿No es pa matarlo?, te la mete hasta el fondo, te coge desprevenido. Además, contestar así implica mala leche y chulería, porque no es que te diga -lo siento, no me queda. No, te dice -va a ser que no, que puede significar -no me sale de los cojones darte agua, pringao. Luego, cuando vuelves a la autopista y ves la señal que dice que la siguiente área de servicio está a 70 km. te cagas en los muertos de Fernando Tejero, en los del señor Cuesta y en los de to la comunidad de vecinos de “Aquí no hay quien viva” (de hecho, estoy convencido de que a Jose Luis Moreno le partieron la cara porque él era el productor de la serie donde pusieron de moda la frasecita). Pero podría haber sido mucho peor, podría haberse dado el peor de los casos. El dependiente podría haberte dicho -pues va a ser que no, haciendo el gesto de las comillas y metiéndotela hasta el fondo doblemente…
Ahora hay una que está muy de moda que se está extendiendo a saco, y que es por la que verdaderamente odio las muletillas. La de “o ¿qué?”... ¿la habéis escuchao?... ¿si o qué?... Pues uno de esos días que te da el bajón, que no puedes pegar ojo, que estás cansado, que se te viene el mundo encima y necesitas hablar con alguien, quedé con un colega pa charlar un rato. Le conté que estaba to agobiao con el curro, que me había dejao mi novia, que el nuevo coche de Fernando Alonso no respondía bien en los entrenamientos… En fin, después de contarle mi vida durante veinte minutos y acabar diciéndole que estaba pensando muy seriamente en dejarlo todo y quitarme denmedio, me dijo -¿sí o qué?... -¿Ya está?, pensé; -¿es ese todo el interés que un amigo puede poner en ti?... -¿sí o qué?...-¿o qué qué?...¿eh?... él no se esperaba mi visceral reacción y lo dejé con la boca abierta en mitad de la calle. Me fui to mosqueao.
Para relajarme decidí aceptar la invitación de unos colegas que iban a una fiesta de jálogüin[1] en casa de unos orgasmus[2]. Como no tenía nada que ponerme, pensé que lo mejor sería ir al centro, al “millonario”, a comprar alguna careta de zombi. Esperé el bus y al ir a pagar el billete el chofer me dijo:
-¿uno o qué?... -dos, pensé, -uno pa mí y otro pa tu puta madre, ¿po no me está viendo que vengo sólo cojone?... Me negaba a dejarme conquistar por aquella muletilla. Bastante me costó quitarme la de jarr, la de no puedo, no puedo y la de Pozí. Estaba tan cansado que me senté en el asiento del rincón del fondo del autobús dispuesto a no cederle el sitio ni a una vieja embarazada; sin duda me estaba endemoniando, pero quería estar tranquilo pa pagarla con el chofer y cagarme en sus muertos durante todo el trayecto; cruzando to Cádiz desde la primera a la última parada.
Como os dije, me dirigía al “millonario”, ya sabéis, la tienda del nota ese que vende juguetes, artículos de broma, jamones de coña, huevos rellenos de confetti y almohadones tirapeos.
Cuando entré, la tienda estaba empetá de gente comprando calabazas de plástico, caretas de zombis, extremidades amputadas, etc. Había varias pivas orgasmus comprándose kits completos de diablesa: minifaldas con cola de diablo, tridentes, cuernos…y porque el millonario no vende condones que si no…
También había varios abuelos comprándoles caretas de casper y disfraces de esqueletos a sus nietos (como si “de paisano” ya no dieran suficiente miedo losijoputa niño…) mientras miraban el culo a las diablesas de orgasmus, que a todo esto podrían ser sus nietas… En fin, la tienda empetá como siempre. Cuando me tocó el turno, le dije al millonario que quería una calavera de goma y él se volvió a buscarla al almacén. Sí, tiene de tó. Le pidas lo que le pidas tiene de tó. El millonario nunca dice que no tiene. Tarda un poco, a veces mucho, pero lo trae. Tras casi un cuarto de hora de tensa espera apareció con la calavera. Me dijo que era buena porque pa fabricarla usaba como molde una calavera real, la de su abuelo.
–ira[3], se ve hasta la huella de la brecha que le hizo mi bisabuelo cuando senteró que había dejao preñá a la vecina de trece años…a mi abuela vamos…
Siempre cuenta historias fantásticas de los objetos que vende; historias que nadie cree. Puso la calavera sobre el mostrador y me dijo: -¿quieres algo más o qué?...
Al principio no reparé en la frase. Pero fue quizás el hecho de estar especialmente sensible lo que me hizo frenar el impulso de contestar inmediatamente y pararme a reflexionar la respuesta.
-¿Quieres algo más o qué?... ¿o qué?...¿o qué qué?... ¿qué opción es esa?...ya estaba harto de muletillas estúpidas y como no era la primera vez que la escuchaba, a la pregunta del millonario: -¿quieres algo más o qué?, contesté despacio y mirándolo a los ojos: -qué. Quiero qué.

De repente el tiempo pareció detenerse, la puerta de la tienda se cerró de golpe, la gente que había en el interior enmudeció, la radio dejó de sonar, el del butano que en ese momento repartía por allí dejó de dar golpes en las bombonas, tres angangos[4] que pasaban por allí apagaron el motor de la escuter[5] (lo digo en singular porque iban los 3 en la misma) y todos los albañiles que trabajaban en las obras de los alrededores dejaron de dar martillazos al mismo tiempo. En ese momento se produjo un hecho extraordinario: todos los gaditanos menores de 60 años descubrieron por primera vez lo que era el silencio.
El millonario mutó su perenne media sonrisa en una expresión aterradora mezcla de seriedad y asombro. Me miró fijamente abriendo los ojos más allá de lo humanamente posible para volver a medio cerrarlos frunciendo el ceño y, tras unos interminables segundos, dijo: -sígueme…
Se encaminó hacia el fondo del almacén y desapareció. Yo le seguí mientras observaba como la gente se apartaba a mi paso creando un estrecho pasillo. De repente, el apabullante silencio se quebró por las palabras de un abuelo a su nieto a quien decía en voz baja: -mira, es el elegido…

La puerta al fondo del almacén del millonario se abría ante mí. Nunca antes había estado allí, nadie había entrado jamás en el interior de aquel mítico almacén. Desde pequeño soñaba con entrar algún día y descubrir los mágicos secretos de aquella misteriosa trastienda, descubrir de quién eran los mojones[6] que el millonario vendía y en qué consistía su trabajo; y, sobre todo, dar respuesta de una vez por todas a la pregunta del millón: por qué le decían el millonario. Pero ahora iba a llegar más lejos incluso, al otro lado, donde nunca nadie había podido entrar.
Justo antes de cruzar me contó que andaba buscando un sustituto que continuara con el negocio y que había pensado que aquel que resolviera el enigma de la muletilla sería el elegido, el nuevo millonario. -¿Quieres ser el nuevo millonario cojone?... preguntó a modo de Carlos Sobera gaditano -¿Cómo?, ¿seré millonario? respondí. Nadie sabía por qué al millonario lo llamaban así. Mucha gente especulaba con que en aquella trastienda guardaba los millones atesorados durante tantos años de trabajo y racanería. Acepté su propuesta del tirón -¿qué tengo que hacer?... –encontrar la salida –dijo- Si lo haces serás mi sustituto…
Se hizo un silencio casi total; tan sólo lo interrumpía un leve sonido parecido al de un frigorífico por la noche. Era mi cerebro tratando de valorar aquella enigmática propuesta. Trabajando a destajo, sonaba como un cuatro ochenta y seis con el ventiladó estropeao. Entonces, como queriendo ponerme a prueba por última vez, el millonario preguntó: - eres tú o qué?. Y yo, eshándole cojone, contesté: -qué. Soy qué.
-No hay duda,
-dijo-, adelante, eres el elegido…

La puerta daba a un acantilado gigantesco. Justo al borde. Los casi dos mil metros de altura lo hacían insalvable. Me vinieron a la memoria antiguos relatos que hablaban de gente que había llegado hasta allí. Relatos como el del abuelo del gafa[7], que aseguraba que cuando chiquillo, armado de valor, había llegado hasta aquella puerta aprovechando que el millonario tardaba demasiado en traerle una careta de mazinguer zeta con gomilla. O como el del padre del góme, a quien ni su parienta ni la policía creyeron cuando aseguró que tras salir a por tabaco fue secuestrado, sodomizado y esclavizado por el millonario en su trastienda durante cuatro años. A pesar de perder la custodia del góme (a la larga, lo mejor que le ha pasado en la vida) por abandono del lecho conyugal, nunca dejó de insistir en su inocencia. Contaba que fue narcotizado y obligado a descender por un precipicio al final del cual se extendía un desierto con palmeras, casitas de estilo oriental y un arroyo. Nadie lo creyó jamás.
Por eso, cuando afinando la vista vi unas palmeras al pie del acantilado, sentí un enorme sentimiento de culpa hacia aquel hombre a quien en más de una ocasión le había tirao gargajos desde mi balcón al grito de -¡aquí!, ¡arriba del precipicio, carajote!, ¡jaaarggg!...¡zásss!...

Por un momento temí acabar como él, pero todo se me pasó cuando el millonario volvió a picarme: -Saltas o qué?...- qué, respondí. Me puso en la mano un paracaídas de esos de juguete que tiraban las avionetas por la playa, y me dijo: -¿lo ves?, si hubieras respondido sí, te hubieras despeñado, si hubieras dicho no, habríamos sabido que no eras el elegido, pero has dicho “qué” y al hacerlo has dejado abierto el camino a otra opción, a otra dimensión…¡No te sueltes! –gritó, y dándome una patá en la esparda tipo simeone me arrojó al vacío para inmediatamente cerrar la puerta tras de mí. Temiendo la caída, me agarré al muñequito paracaidista con todas mis fuerzas y, entonces, asombrosamente, dijo el muñeco: -no mapriete tanto cojone, que me va asfixiá… ¿me va sortá o qué?...
-¡quéeeeeeeeeeeeeeeee!...
-grité mientras caía y caía sin parar, como en los sueños.

El acantilado era falso, sólo había 2 escalones de altura. El millonario había pintado en el suelo un tranpantojo, una perspectiva engañosa, un efecto óptico de acantilado para que quien llegara hasta allí no se atreviera a continuar. Luego me fijé bien y comprobé que era una especie de collage hecho con recortes de los típicos decorados de papel que se ponen de fondo en los belenes. El padre del góme decía la verdad. Ahora se explicaba lo del desierto, las palmeras, las casitas orientales y el arroyo. Pasó por allí antes que yo.

Al llegar abajo, el muñeco paracaidista me dijo: -mi trabajo termina aquí. A partir de ahora sigues tú solo. Estoy hasta los cojones de esperar colgado tras la puerta de la trastienda. Yo he nacido para saltar sobre la playa en pleno agosto y ver como los niños se parten la cara por cogerme y no para encerrar a carajotes como tú...
-¿Encerrar carajotes?... no, te equivocas, soy el elegido…
-Sí, el elegido por carajote. El millonario encierra aquí a todos los listillos que le tocan los cojones.
-No, me ha dicho que si salgo seré el nuevo millonario.
-Tú no sales de aquí ni de coña. Aunque, si me llevas contigo, quizás tengas una oportunidad. Te daré algunas cosas que te ayudarán a salir de la trastienda. ¿Prefieres seguir sólo o qué?...

Otra vez la coletilla. –Qué –contesté-. -Bien, pues toma –me dijo– aquí tienes. Me dio tres de los artículos de broma que el millonario tenía en el escaparate y me dijo que cuando me hicieran falta lo sabría. El típico almohadón tirapeos que se pone debajo del asiento del profesor para que cuando se levante suene: ¡¡rriiiiáaa!!. La típica pichita saltarina que se le da cuerda y se pone a dar saltitos por el suelo. Y por último una careta de goma transparente que dijo que era mágica porque adoptaba la apariencia de aquel en quien pensaras. – Pruébala, -me dijo metiéndomela a la fuerza en la cabeza -¿mi madre?... -me dijo al ponérmela- ¿estás pensando en mi madre?...
–sí, en tu puta madre para ser exactos…¡es que me estás aplastando las orejas mamonazo!…
CONTINUARÁ...
[1] Jálogüin: Excusa para el botellón del 31 de octubre. Fiesta importada introducida por los orgasmus. Noche de los muertos bebientes.
[2] Orgasmus: universitarios/as libertinos/as y ligeritos/as de cascos/as que se pegan la vida padre a costa de sus susodichos y de la UE en cualquiera de los estados de la susodicha.
[3] Ira: Mira. Expresión que se acompaña de un ligero levantamiento de la barbilla y arqueo de cejas para enfilar con la punta de la nariz el objetivo señalado. En caso de implicar asombro puede ser reforzada con el acompañamiento del índice estirado y cierto tono burlesco. Verbo demostrativo: -no hay cojone, -¿Que no?... –ira, ira…
[4] Angango: Joven entre los 10 y 30 años de pelo corto y generalmente de punta poseedor de una única neurona y de un comportamiento impulsivo y absolutamente primario (provocado por el golpeo de su única neurona contra las paredes de su vacío cerebro) cuya principal característica es la ignorancia. Generalmente se distinguen del resto de la población por el uso de aparatosas cadenas y anillos de oro (estos últimos con la efigie del camarón) y por la característica postura de retortijón que adoptan al conducir la escuter. De Sevilla parriba: Cani.
[5] Escuter: Autobús de dos ruedas. Primera compra de cualquier alumno de escuela taller. Medio de transporte insostenible fácilmente trucable. Desvelador de vecinos que duermen sin ventanas de doble cristal.
[6] Mojón: Mierda, caca. Persona, animal o cosa sin valor. Cantidad despreciable de algo. Poca cosa. Porquería. –Rambo 4 es un mojón, –más mojón eres tú… -vaya mojón de menú –no me seas más mojonaso cojone… Insulto equivalente a –vete a la mierda pero cargado de ironía disfrazada de generosidad: -omá!... te cojo 30 leuro del monedero… -¡un mojón pa ti!...
[7] Gafa: Amigo der cabesa, der negro, der shino y del largo. 4º miembro de pandilla tipo o estándar (1ºcabesa, 2ºnegro, 3ºshino, 4ºgafa y 5ºlargo). Individuo de carácter normalmente rencoroso y desconfiado motivado por la gran cantidad de cates recibidos durante la etapa escolar.