4 de noviembre de 2014

Cadiztorias: Jalogüin gaditano (Cap. 4: La espesura)

La espesura
En lo profundo del Parque Genovés he visto de todo: kinkis, coitos, sobredosis, monos pajilleros, porros, viejos pajilleros, botellones, dinosaurios, palomos mutantes, palomos mutantes pajilleros… pero nunca un payaso zombi de 6 años armado. Claro que, ¿había estado alguna vez allí donde me encontraba?... Quiero decir, ¿había verdaderamente alcanzado alguna vez la espesura?...
Cuando uno atraviesa el Parque Genovés suele hacerlo vagando por los caminos, dejándose llevar por esas cuidadas pistas de tierra que siempre de forma curva parecen conducir inexorablemente al confiado caminante a la fuente de los patos, a la de los niños del paraguas o a los columpios. Nunca había recorrido aquellas escasas 2 hectáreas con ánimo exploratorio ni cartográfico y ahora me arrepentía. Pero estaba claro que nunca antes había estado allí; en aquel punto donde ni siquiera podían escucharse las rodadas de los coches por el adoquinado suelo del cercano Paseo de Carlos III. Tampoco podían escucharse las putas motos. Casi me dolía la cabeza de no escuchar nada. Me iban a estallar los tímpanos de tanto silencio; la falta de costumbre. La pantalla vegetal que nos rodeaba era impresionante, casi tropical. A escasos metros arrancaba un espeso bosque de helechos gigantes sobre el que se desparramaban a modo de estalactitas vegetales cientos, miles de lianas y enredaderas que parecían tejer una infranqueable y verde tela de araña. ¿Dónde estaba eso?, ¿cómo es que nunca lo había visto?... ¿cómo era posible que existiera en Cádiz un sitio a salvo del levante y el poniente y no se supiera?...
 - Bueno qué!, ¿te decides, pringao?... exclamó impaciente el payaso zombi
- Dinero no tengo, hijo… respondí en la confianza de que hasta allí llegara la broma.
- ¡Pues te vas a cagar, desgraciao!... ¡y yo no soy tu hijo!... -¡zas!...  Con un rápido movimiento de muñeca apenas perceptible consiguió transmitir tal elasticidad a la punta de la rama que consiguió marcarme en el cachete. Me llevé la mano a la cara de forma refleja y, de forma perpleja, comprobé que la sangre transferida a la palma de mi mano adoptaba una forma caprichosa. Me había pintado un nabo en la cara. Ni zeta del zorro ni pollas, bueno, polla sí… pero no pude más que tragar saliva, y a duras penas. El leñoso florete había vuelto a mi yugular y me presionaba obligándome a desplazar el cuerpo hacia lo más hondo de la selva…
 No sé cuánto tiempo estuvimos andando pues el reloj y el móvil fueron las primeras posesiones que entregué. Además, tras convertir en jirones mi yersi y mis pantalones, la agresiva vegetación al contacto con mi piel, comenzó a producir un efecto narcótico que me mantuvo colocado durante toda la marcha. Cada vez que una hoja o rama me rozaba, liberaba una sustancia tóxica en mi epidermis que se convertía en la dosis justa para mantenerme encarajotao. ¿Qué tipo de plantas eran aquellas que funcionaban como pequeños camellos vegetales?...
En mi ensoñación recordé que fue precisamente el botánico gaditano Celestino Mutis el responsable de que muchas de estas exóticas especies fueran descubiertas, catalogadas y cruzaran el charco hace más de dos siglos. ¿Tendría él la respuesta?... ¿habría alguna conexión?...  ¿tendría la oportunidad de preguntárselo en persona si me lo cruzaba en formato zombi en esta noche de muertos vivientes?...  qué moraso io…
(Continuará...)

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