Desde que vimos las primeras películas sobre Halloween hasta que la fiesta empezó a celebrarse en Cádiz habían pasado algunos años, pero aún había gente como yo que nos habíamos resistido ante aquella invasión cultural. No es que me gustara el tenorio, ni fuera un talibán de nuestras tradiciones, de hecho pienso que muchas son un coñazo, sino que aquella tradición de ir de unifamiliar en unifamiliar pidiendo chucherías no tiene interés desde el momento en que uno vive en un bloque de catorce pisos en la barriada. Bloque donde con 13 años no tuve cojones de vender ni una sola caja de polvorones para irme de viaje de fin de curso en octavo. Como a otros tantos niños de mi quinta, me acabaron comprando las 12 cajas de polvorones mis padres; eso sí, retirándome por supuesto la paga, en concepto de liquidación de la deuda adquirida, durante los dos años siguientes. Así que ni viaje de fin de curso ni ná, y encima comiendo polvorones duros y caducaos desde mediados de los 80. Con estos antecedentes, ¿podía acaso esperar que alguno de los siesos de mis vecinos sintiera ahora el altruista impulso de comprar chucherías para regalárselas a los niños del bloque?, ¿podía esperar que la vieja del segundo a quien escupíamos por la espalda nos abriera la puerta sonriente para darnos caramelos en lugar de achucharnos a los gatos?, ¿podíamos esperar que el cabrón del 6ºB nos regalara chocolatinas en lugar de obligarnos a bajarle la basura y traerle tabaco amenazándonos con un “si no ya te cogeré en la escalera”?, ¿podíamos acaso esperar que el inquilino del 7ºC se gastara algunos euros en regalarnos chucherías cuando debía dos años de comunidad y le mangaba to los días el diario y una barra de pan del pomo de la puerta al del bar denfrente?...
En definitiva, no es que no me gustara Halloween, sino que en Cádiz era implanteable. Era. Ya no. Todo evoluciona.
Igual que la ancestral celebración celta salta al nuevo continente y desde allí nos es devuelta transformada en una pastelosa fiesta de disfraces y golosinas y en películas de “notemuevasdeaquíqueahoravuelvo” o “separémonosparaqueelpobresicopatapuedamatarnosunoauno”, aquí y ahora se estaba produciendo la siguiente transformación.
A base de ver películas yanquis de adolescentes gilipollas muriendo uno tras otro, pandillas de niñatos disfrazados de personajes de terror recorriendo urbanizaciones pastelosas pidiendo chucherías y fiestas de erasmus borrachos al principio en pabs irlandeses y al final hasta en las peñas flamencas, los gaditanos estaban asimilando la dichosa celebración. De hecho ya se había asimilado y transformado el nombre: de Halloween a Jalogüin; y no hacían falta unifamiliares.
(En algunas zonas de la ciudad el término ha evolucionado de forma diferente: Hallowey)
Los primeros años no se dio importancia a la introducción de ciertas costumbres foráneas en torno al 1 de noviembre, pero poco a poco fueron surgiendo las primeras voces en contra. La resistencia se tornó feroz pero poco tenían que hacer el tenorio y compañía ante la brutal potencia de la fiesta yanqui basada en el cachondeo puro y duro sin ningún tipo de compromiso o exigencia destacable:Don Juan: -¿no es verdad ángel de amor, que en esta apartada orilla más pura la luna brilla y se respira mejor?...
Doña Inés: - Sí, pero yo me vuelvo a la otra aunque sea nadando, tío triste... prefiero no ver la luna y respirar peor asfixiándome con el humo del tabaco en la fiesta Erasmus denfrente a que me rayes la cabeza to la noche..triste, que eres un triste…
Y así fue como Halloween arrasó; porque la noche de todos los santos española no innovaba desde que zorrilla pensó: “mesaocurrío una historia del carajo”.
Pero igual que la naturaleza se abrió paso en jurasic park, estaba claro que a base de años la arraigada cultura popular local había sido capaz de asimilar las nuevas influencias y mezclarlas con las más ancestrales tradiciones dando como resultado algo nuevo e infinitamente más potente. Una mutación cultural que a modo de exclusiva se estaba presentando ante mis ojos… y mi yugular...
(Continuará...)
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