Hace unos días tuve la dicha de visitar el Tempul, ese sitio lleno de animales que desde hace unos años se llama zoo de jerez. La primera vez que fui lo hice con el colegio. Por aquella época era una excursión podemos decir clásica u obligatoria para cualquier niño de cádi. Un viaje iniciático. Se iba al Tempul como se iba a la Meca, al menos una vez en la vida. La excursión al Tempul y la excursión a Las Canteras de Puerto Real marcaron a toda una generación, esa que ahora precisamente las está pasando putas para tirar palante; ¿estarán de alguna forma relacionados ambos hechos?... quierasabe...
De cómo era el Tempul a principios de los 80 habla muy bien el contenido de la mochila de cualquier visitante infantil de entonces: cantimplora con agua del grifo, fiambrera de aluminio con tortilla de papas y/o filetes empanaos (no había tapergüer porque las madres aún estaban haciendo los cursillos de formación para venderlos por las casas), bocadillo de mantequilla envuelto en papel albal (sólo había esa marca), patatíbiris (las del indio. Aún no existían las matutano de jamón o eso nos decían las madres), y, si la excursión era a primeros de mes, galletas príncipe, un huesito o un bony. Ah!, y un rollo de papel higiénico; del elefante, ofcors. Así mucho pudimos comprobar in situ como el nombre no se debía a la marca sino a su extraordinario parecido con el áspero pellejo del susodicho paquidermo.
Cabe destacar que a pesar de la aparente falta de sofisticación de las provisiones, estás incluían un elemento extra impensable para cualquier visitante infantil de hoy: comida pal hipopótamo. En aquellos años una de las mayores atracciones para un niño era echarle un bocadillo entero con papel albal y tó al hipopótamo mientras éste mantenía su enorme boca abierta a ras de agua. El bicho abría las fauces y durante unos minutos nos enseñaba sus cuatro dientes como patas de somier provocando un chaparrón de bocadillos plateaos y latas de fanta (compradas en el bar con los 20 duros que nos daban de paga pal viaje). Al rato, impertérrito, cerraba la boca permitiendo que todos los que velábamos por su desequilibrada dieta aprendiéramos el significado de aquella palabra asociándola para siempre a lo que le sudaba el carajo al hipopótamo que le tirásemos bocadillos sin pelar. Qué fiera...
Ya existían los famosos cartelitos de "Prohibido dar de comer a los animales", pero por aquel entonces se pensaba que eran instrucciones dirigidas a los padres para favorecer el decaimiento de sus hijos con el fin de controlarlos mejor durante la visita.
En fin... supongo que a la muerte del hipopótamo el ayuntamiento sacaría a concurso público la retirada del cadáver entre los chatarreros de la zona (http://www.reporterosjerez.com/2014/02/12/fallece-cova-la-hembra-hipopotamo-del-zoo/).
Años después volví al Tempul. Serían mediados de los 90 y ya lo hice como monitor de un grupo de niños. En las dos ocasiones que regresé me advirtieron en taquilla que ya no se llamaba Tempul sino zoológico de Jerez. Pero ya era tarde para mi formada estructura mental y no pude cambiar el nombre al archivo en el 486 que tenía y tengo por cerebro ni pude tampoco modificar el escueto título de la circular enviada a los padres de los niños: Excursión al Tempul.
Ambos, el Tempul y yo, habíamos cambiado. El zoo estaba entonces muy bien considerado, el segundo o tercero de España entre otras cosas por los exquisitos cuidados que recibían sus animales y la calidad de su labor divulgativa en educación ambiental. Confieso que aquello me sorprendió pues la imagen del hipopótamo jarto de aluminio era para mi mucho más inseparable del Tempul que la del posteriormente famoso tigre blanco. Pero he de reconocer que el zoo había mejorado muchísimo. Más que yo mismo. Tanto que mis recuerdos y anécdotas de esa etapa ya no se basaban en el abandono y dejadez de los animales sino en temas mucho más banales.
Recuerdo por ejemplo situar a 40 niños delante de la jaula de los chimpancés ante el patriarca de la manada que permanecía sentado escasamente a un metro del público, impertérrito (ofú). De repente, entre mojigangas e infantiles imitaciones guturales, el patriarca comenzó a tocársela sin pudor alguno. Justo cuando a mis 40 tutelados se unieron otros tantos de un colegio local atraídos por las risas escandalizadas, el macaco terminó la macoca regando de adeene a sus sorprendidos descendientes evolutivos. La profesora que guiaba al otro grupo me miró manchada y furiosa: -yo no sío... fue lo único que acerté a decir cagándola aún más...
En otra ocasión, mostrando a los 40 infantes las diferentes especies de loros agrupados en la pajarera y la facilidad de algunas de esas especies para imitar sonidos como el habla humana, apareció en el horizonte Fernando Quiñones. Si, si, el escritor; el autor de "La canción del pirata" y "Las mil noches de Hortensia Romero". Un puntazo de personaje al que por su talla intelectual y por su en ocasiones pedante forma de abordar temas locales, el carnaval dedicó una frase histórica: "¡Tes qui ya, Quiñones!...".
Yo había leído sus libros y seguía su columna semanal, y, aunque lo admiraba, al verlo dando la brasa a sus acompañantes no pude evitar la tentación del cachondeo fácil que se me presentaba; rápidamente reuní a los 40, los llevé al otro lado de la pajarera para que el poyete los ocultara y les dije que la mejor frase que sabían decir los loros era: "tesquiyá, quiñones!...arggg!...". Con voz de loro, claro.
Cuando el creador del "Cantueso", que venía haciendo de cicerone para un grupo de amigos que lo escuchaban con atención, se acercó con éstos a la pajarera, quedó impactado; desde el otro lado de la jaula pude ver aparecer en su cara la debilidad de la incomprensión, la desconfianza en sus sentidos e incluso la duda existencial... Dedicó no menos de dos minutos a entender lo que estaba pasando escuchando con atención a los casi 60 loros, cotorras y papagayos de todo plumaje y condición que tan admirable y familiarmente lo recibieron (y a los 40 niñatos escondidos). Pero no fue capaz de articular palabra tratando de afinar sus oídos para asegurarse de que no le estaban traicionando. Permaneció en silencio hasta haberse alejado de la pajarera con sus amigos, pensativo. Pero él sabía lo que había escuchado y el secreto se lo llevó, supongo, a la tumba.
En la segunda década de este siglo he ido 2 veces al Tempul. Ahora no llevo 40 niños sino 2, los míos. Aunque me cansan como dos veintenas. La última vez fue hace dos semanas. El zoo está mejor, pero reconozco que siempre que voy lo hago tan expectante como la primera vez. Por eso, cuando llegamos a la puerta y el pequeño me dijo que quería ver a los leones crucé los dedos recordando mi penúltima visita con el mayor 2 años atrás...
- Papá, papá... yo quiero ver el tigre blanco, yo quiero ver el tigre blanco...
- Valee, mira, allí está la jaula.
Cartel: Sentimos comunicarles que el tigre blanco, durante años una de nuestras principales atracciones junto a la elefanta Buba, falleció ayer a consecuencia de los graves tumores que padecía.
- Papá, ¿por qué no sale?, yo quiero verlo...
- Estooo (¿cómo se le explica esto a un niño de 3 años?... ¡ya!)... a lo mejor se ha ido a ver a la elefanta Buba, ¡corre!, ¡vamos a buscarla!... ¡mira!, ¡allí está la casita de Buba!...
- Papá, ¿por qué hay una excavadora en la casita de Buba?...
- ¿una excavadora?... estoo...
Cartel 1: Estamos aprovechando para remodelar esta zona. Disculpen las molestias.
- papá, ¿por qué no sale Buba?...
- ¿Buba?...ummm...
Cartel 2: Nuestra elefanta Buba, tras haber hecho felices a miles de niños durante años, ha emprendido un largo viaje para ser madre. Ha viajado hasta Hungría para conocer a otros elefantes y formar una familia. Tened paciencia, quizás cuando vuelva, ¡lo haga con elefantitos!...
- Buba... (¡joder!, ¿y esto?, ¿cómo se le explica esto?... "mira hijo, el tigre blanco la palmó antesdeayer y la elefanta Buba se ha ido a Hungría a jartarse de follar, ¿vamos a ver si los monos se están masturbando?...")... es que se ha ido de viaje muy lejos...
- ¿a dónde?
- A Hungría
- ¿para qué?
- pues... para casarse y tener hijos
- ¿y por qué no se casa aquí?
- porque los elefantes de aquí son muy feos
- ¡groaaarrrrrrrrrr!... ¡groaaaaarrrrr!..
- ¿qué es ese ruido papá?...
- (¡salvado!), ¡son leones!... ¡vamos a verlos!...
- ¡ummmmjjj!, ¡ummmmjjj!...¡groaarrr!...
- ¡joder!...
- ¿Qué están haciendo papá?...
- esto... (al carajo!)... ¡lo mismo que Buba en Hungría!
- ¿se están casando?...
- ...ofú io... -contesté impertérrito...
FIN
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