4 de abril de 2011

Cadiztorias: "Psicoanálisis Carrefur"

No sé muy bien cómo llegué allí. Supongo que el destino y la propia naturaleza humana tuvieron algo que ver. O quizás fue más que, como descosío, iba instintivamente buscando mi roto; no sé. El caso es que recuerdo haber salido de casa agobiao, aburrío y amargao. Por ese orden y viceversa. ¿Por qué?... por todo, no sé: comprobar un año más que el ferrari de Fernando Alonso corre menos que mi corsa (que no es ni mío, que es de mi padre), descubrir que mi curva de la felicidad (que es mía, mi padre tiene la suya) se convierte en curva de la infelicidad desde el momento en que dejo de verme la picha desde lo alto, constatar que sigo y seguiré pensando en pesetas, asimilar que nunca distinguiré un emepetré de un emepecuatro o un emepesuputamadre… en fin, la vida y su inexorable transcurso.

Vagando llevaría algo más de dos horas cuando al fin mi cerebro hizo “clic” y se encendió como si alguien hubiera pulsado el interruptor. Y eso era lo que tenía justo delante de la cara a la altura de los ojos: un interruptor. ¿Casualidad?, ¿destino?, ¿una señal tal vez?... despertando aún, intenté contextualizar aquél objeto. Jamones. El interruptor flotaba en el aire delante de una pared de jamones. Y no me extraña que flotara pues el aire delante de aquella imponente muralla ibérica se percibía bastante más denso de lo normal, sobrecargado como estaba del aroma pringoso de la dehesa…ummmm… si casi yo mismo flotaba…
Por un momento dudé de mis propios ojos, atribuí aquél ibérico y eléctrico delirio a algún tipo de efecto narcótico provocado por la alta concentración de emanaciones de grasa tocinera; hasta que leí el cartel situado sobre el interruptor: “Si necesitas ayuda o hablar de jamones, pulsa aquí”.
Joder. Un escalofrío recorrió mi espalda de culo a cuello. ¿Dónde estoy?... miré asustado a mi alrededor y conseguí identificar el sitio al instante: en el carrefur, entre el expositor de jamones y las neveras de embutidos, tartas heladas y menestras congeladas; de ahí el escalofrío. El cuatro ochentayseis que tengo por cerebro se sobrecalentó enseguida tratando de buscar respuestas a todas las preguntas que me surgían atropelladamente, pero al final optó por pasar de responderlas todas y centrarse tan sólo en dos: ¿le doy o no le doy?, ¿necesito ayuda o hablar de jamones?... dats de cuéstion…

La primera respuesta era fácil “sí”. Porque si no, ¿por qué iba a pasarme eso a mí?... pensé que si me marchaba de allí sin pulsar aquél interruptor, no me lo perdonaría nunca y el recuerdo de aquella cobarde huida no me abandonaría jamás. La segunda pregunta, en cambio, planteaba un tema mucho más peliagudo que me obligaba a buscar en mi “yo interior”, ¿necesito ayuda o hablar de jamones?... qué dilema… otra vez la puta oportunidad de elección que marca nuestra existencia o eso creemos. O eso creemos… ¡claro!, esa era la respuesta, creemos que cualquier elección que tomamos es trascendental para nuestra vida y al final, por una cosa u otra, acabamos llegando adonde teníamos que llegar. Porque como le dijo Morfeo a Neo antes de pasarle dos pirulas: -no decidimos nada, es sólo la sensación de que lo hacemos la que nos ilusiona y nos oprime al mismo tiempo… -¡po al carajo!, pensé, que le den a los problemas, voy a hablar de jamones… y pulsé.

La espera se hizo eterna, sobre todo porque al no haber escuchado el sonido del timbre no sabía si verdaderamente había algo o no que esperar. Pero al poco, debieron ser unos 30 segundos, a través de una puerta camuflada entre los jamones de la muralla apareció envuelto en una impoluta bata blanca un misterioso personaje. Ocultaba su cabello bajo una madroñera y su cara bajo una aséptica mascarilla; y sus manos, al estrecharlas en un cordial saludo, me parecieron inertes debido a los guantes de latex. –Mi nombre es Julián Garbo Lanzzetti, dijo con acento argentino, ¿en qué puedo ashudarle señor?... –en mucho, contesté, ¿podría contarme algo de estos jamones?... –será un plaser cabashero, túmbese en esos palés para estar más cómodo ¿le parese que empesemos hablando de las beshotas?...

Y así fue como ocurrió; tras más de dos horas de conferencia jamonera salí del carrefur como nuevo. Me había encontrado a mi mismo entre jamones. El dulce acento platense, la estudiada parsimonia gestual de aquél psicoanalista jamonero y el embriagador aroma a “grasisha” tocinera habían conseguido espantar mis fantasmas y elevar mi autoestima. Volvía a tener el timón de mi vida, volvía a tener ilusión y futuro. Definitivamente, aquella sesión de jamoneoterapia me había ayudado. Y al ser consciente de ello fue cuando caí en la cuenta de que efectivamente a pesar de elegir “hablar de jamones” en lugar de “pedir ayuda”, al final, había llegado adonde tenía que llegar. Así que si alguno de ustedes anda agobiado por algo, no lo duden: pasen por carrefur, pulsen… y hablen de jamones. ¡Clic!...

2 comentarios:

  1. No sé si era tu intención, pero te ha salido de un surrealista increible.

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  2. ¿que me ha salido surrealista?...¿y qué podía esperarse a partir del cartelito?... saludos, brigadier. Por cierto, ¿jugaste en el valencia?...

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