13 de enero de 2011

El cazador de pamplinas

Un cazador de pamplinas debe mantener la alerta en todo momento. Incluso cuando ya ha cazado a su presa y respira aliviado, no debe bajar la guardia. Las pamplinas son escurridizas, imprevisibles y atacan por los flancos; como los cabrones de los velocirraptores. Uno, que lleva tiempo en esto de la montería pamplinosa, lo aprendió hace tiempo durante sus primeros escarceos cinegéticos (carajo, parezco er felix rodríguez de la fuente…¡el lobooo!!!). Mesescapaban las mejores; algunas veces por anticipación y otras por carajote. Pero el tiempo y los fracasos forjaron el depredador de bajundades y estupideces que soy hoy. En alerta permanente, con los sentidos y la percepción en posición “on”, ya no mesevá ni una. La pena es que esta habilidad no me de dinero. Cualquier pescador de caña del campo del sur que coja una corvina de 40 kilos sabe que El Faro la comprará al peso y cualquier cazador que abata un venao sabe que la Venta Andrés estará encantada de meterlo en salsa por una justa cantidad, pero… ¿quién carajo me compra una pamplina al peso?, ¿cuánto pesa una pamplina?... en fin, asístamo, camino de convertirme en leyenda en el mundo de la caza de pamplinas y en gilipollas en el mundo real.

El caso es que hace un par de días, caminando por la Plaza de Candelaria, la brisa me trajo un aroma inconfundible: el de la pamplina fresca. Inmediatamente, de forma mecánica, instintivamente, como un reflejo innato, la piel me se erizó, mis orejas se orientaron y mis músculos se tensaron. Aún no había contacto visual, pero el olfato me guió hasta la presa: Emilio Castelar, el gran orador, en la plaza en cuya esquina nació, portaba en su mano derecha un paraguas destrozao por el temporal. Esto es Cádi, pensé. Sigilosamente, mis dedos índice y pulgar sacaron la cámara de su funda y con un imperceptible giro de muñeca que ni la sara baras, la aseguré firmemente por medio de su correa a mi muñeca. La norma, también aprendida a base de palos y fracasos, es disparar antes de preguntar. Ya habrá tiempo para limpiar y descuartizar la pieza. Y así lo hice. Hasta 5 veces: ¡flash!, ¡flash!, ¡flash!, ¡flash!, ¡flash!...
Pero entonces, cuando examinaba la pieza en la pantalla de la nikon buscando sin éxito un texto con el que acompañar e ilustrar la imagen, mis oídos, que aún continuaban en alerta, me avisaron de nuevo. Desde el fondo de la plaza se acercaba un nuevo triunfo en forma de kinki treintañero acompañado por su jovencísima y anganga esposa y tres inocentes criaturas. Afortunadamente, porque el viento había cambiado impidiendo que me llegara el olor de los canutos que ambos portaban, el oído había permanecido alerta. Al verme hacer la foto el kinki había comenzado a comentarlo con su familia sin dirigirse directamente a mí pero con intención de que me enterara.
Y esto es lo que captaron mis oídos:

-¿una foto le va a hasé?, po eso no vale ná. Nojotro habemo hecho de tó coner der bigote. Una vé le pusimo en la mano una metralleta que le mangamo al millonario y le pintamo en la peana “ar suelo que viene tejero”… la gente se partía la polla… Otra vé le pusimo una sombrilla abierta en el hombro y un cartón de don simón en la mano…qué partiera… y el año pasao en noche vieja le pusimo er gorrito, el matasuegra, un canuto en medio er bigote y un bacardi cola en la mano y nos pasamo tor mes de enero diciéndole “felí año Emilio”, “¿toavía no ta recogío?”… qué partiera nabo… eso é arte y no un paragua mojonero… los guiri esto no tienen ni puta idea, le hacen foto a cualquier cosa…

Poco a poco el volumen de la oratoria de aquél celoso kinki se fue diluyendo hasta que desapareció junto a su familia por la esquina de la casa donde naciera 180 años antes un colega suyo (colega en la oratoria, no en lo kinki, claro): Emilio Castelar. El más ilustre orador de todos; que no el más cachondo.

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