Tomé la línea 1 y bajé
del camión frigorífico en la Plaza de España. Con complejo de cocreta del
congelao y aún arrecío llegué a la Fuente de Las Tortugas. De repente, entre
racha y racha de levante de tres palitos y medio, noté como el pellejo se me
erizaba aún más al contacto con las gotas de agua. -¡Carajo!, pensé, -cómo
escupen hoy de fuerte las galápagos estas... Pero al girar la cabeza comprobé
que no habían hecho ellas; estaba lloviendo. En cádi. Y en agosto. Sus muerto.
Los tuyo. To los.
Temeroso y novelero en
nivel gaditano ante una prematura y apocalíptica llegada del otoño, eché a
correr impulsado por los tres palitos y medio. Temiendo me se metieran por ahí,
me dejé arrastrar pasando el cajero de la caicha a 70 por hora hasta alcanzar
Columela en cero coma dos. Lejos de suspirar relajado observé a otros noveleros
saliendo del nuevo y minúsculo décatron estrenando camisetas térmicas y hasta
algún que otro forro polar. –güinter is coming, me dijo uno al notar que le
observaba, -abrígate polla, añadió amablemente. La corriente de frio del polo
que largaba a la calle la máquina del aire era impresionante y verdaderamente
justificaba la advertencia de mi altruista consejero. –Yo no le voy ni cortá la
etiqueta, afirmó un joven renegrío que se enfundaba un cortavientos fosforito,
-en cuanto no haiga levante lo devuervo. – Der tirón, apostilló su compañera
ajustándose unas mallas marcatodo. Esquivé la ventisca de la puerta como pude y
lo mismo tuve que hacer al pasar por la del resto de franquicias de la calle. Pero
la del tezenis esquina a Sacramento me pilló de lleno y me dejó er pechito cogío. Lo
noté al alcanzar la plaza de las flores. Un profundo pinchazo en la garganta me
sirvió de indicador. La siguiente racha de levante me voló descontrolao, cual
página der diario, hasta la puerta del mercao y la última me estrelló contra el
carrefur. Aturdido y sin gobierno, como España, entré a buscar algo, supongo
que a mí mismo, y acabé congelado al pasar entre las neveras de yogures y
zarshichas. Casi la palmo. Me ayudó recordar aquella vieja enseñanza de “no
dejes que el frio te acobarde. No te duermas”. Sacando fuerzas aún no se muy
bien de dónde conseguí volver a casa y me hice una promesa: hoy me pondría una rebequita
y los muerto quien no. Y aquístoy, sudando, con los muerto quien si.
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