7 de septiembre de 2013

Gaditano por el mundo: Alemania

Uno se da cuenta de lo que es Alemania na má montarse en el avión de Tuiflai. Qué bastinaso io...no he visto un embarque más ordenao en mi puta vida. Y mira que tengo horas de embarque. De vuelo pocas, apenas dos veces que tuve que cogé el avión pa í a ve el cadi a Canarias. Pero qué pechá de esperá, chiquillo. Más de seis horas de retraso la primera vez y catorse la segunda. Vimo el cádi a lo justo porque nos pasó como a güilifó, él llegó un día antes y nojotro una hora, la que siempre quitan en las noticias de la radio. Y pegarse 14 hora en la zona de embarque de barajas o el prat puede aguantarse; sus restaurantes, sus compritas, sus exposiciones de coches, sus pivones con sus trolis, sus "maricona el último que vea un famoso" etc. Sin duda estos seudoplaceres pueden hacer más distraida la espera. Pero 14 hora en la sala de embarque de jeré viendo los cuatro tonele viejo de tio pepe por el cristal y dando vuertas por la tienda de barón dandy y brumel... Eso aburre al más pintao. Menos mal que la mente es capaz de generar entretenimiento para sobrellevar estos casos y que siempre viajo con el carajote del Rigodón, mi compañero de fatigas y viajes. Si alguna vez os veis en una de estas en jerez, jugad a apostar cuántas veces se arrasca los güevos por minuto el picoleto que está de pie al lao del escaner. Ese pobre si que está hasta los cojones de requisá garrafas de aceite y porritos sueltos... En fin, lo que os decía, 300 alemanes coloraos como gambas recién cocías tras pasar quince días en sancti petri jartos de arena, levante y sangría, en absoluto silencio. Respetando escrupulosamente la fila. En toda la sala tan sólo se escuchaba el tenue pero insistente rasgueo del índice y el corazón del picoleto sobre el tergal de su entrepierna... -ras, ras...raca, raca... Y ni siquiera era un sonido regular al que los bien entrenados cerebros germanos pudieran calcular la cadencia o la mecánica para preparar su oido y prevenir la escucha; no. Entre rasca y rasca el único patrón era la anarquía. Península pura.
Una vez las azafatas abrieron el embarque comenzó un limpio, puntual y ordenado desfile hacia el aeroplano tan solamente interrumpido por el único carajote que no había sacado el deneí de la cartera y ésta de la mochila: servidor. -A mí es que me ha hecho sacarlo el rasca-rasca al pasá el escaner... -me dijo el rigodón cuando notó que lo miraba asombrado...  Salvado el obstáculo entramos en el avión por el culo, como nos indicaron, y fue entonces cuando presencié algo que jamás había visto: todo el mundo se fue sentando y guardando sus cosas sin necesidad de cruzarse ni interrumpir el paso. Los culeros llegamos hasta la parte de atrás de las alas y los que entraron por delante hasta la de alante. - Ni en el lago de los cisnes, picha... -me dijo el Rigodón boquiabierto. Las azafatas pasaron, se situaron en su sitio y unas pantallitas descendieron del techo sobre cada fila. - Como pongan onda cádi me inmolo... -comentó en voz alta el rigodón. Temerosos de ver aparecer los anuncios del ayuntamiento entre la explicación del chaleco y la de las salidas de emergencia, tardamos en darnos cuenta de que el video del que podia depender nuestra vida estaba en alemán. -Tu no te preocupe, -me dijo Rigodón, -si vemo que el avión se cae buscamo la caja negra esa y nos metemo adentro... A las once y cinco en punto, el avión despegó. Increible. Alemania pura. Y tras un vuelo perfecto, a las dos y diez de la tarde según lo previsto, pusimos pie en Hamburgo; cuna de la completa de la huella. Continuará...

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