Era un callejón estrecho y maloliente; salpicado de alegres charquillos de orín y simpáticos mojones dispuestos en una aleatoriedad casi calculada. Sin patrón. No había más pauta que la falta de pauta, y eso, además de obligarte a mantener la vista y la atención fijas en el suelo, acojona. Y te atrapa. Cuando vienes a darte cuenta ya estás en el fondo del callejón como mosca en telaraña; atraído por los cantos o más bien efluvios de sirenas meonas. La densidad de charcos y mojones aumenta progresivamente obligándote a lanzar un pie tras otro. Palante por cojones entregado a la inercia. La duda ofende y pisa la mierda. Y vas en chanclas... Tiras de tu olvidada maestría en el fenix y esquivas in extremis muchos asteroides de mierda. Quien tuvo retuvo, piensas. Pero en ese instante caes en la cuenta que no hay nadie que te lleve las bombas. Ni la barrera. Y te acuerdas del titi. Siempre te daba el coñazo metiéndote el codo con su "¿te llevo las bombas?...¿y la barrera?...¿me deja la grati?". Pero al final te creó dependencia su buen hacer con la artillería cuando había que pasar de fase. Y ahora, cuando ya no está, lo echas de menos al hijoputa.
80 kilos y 40 años no pueden frenarse asín como asín una vez lanzados; y lo sabes. Sólo hay una posibilidad: una casapuerta a huevo que te permita abandonar la corriente saltando lateralmente. La maniobra es arriesgada pero si maestro fuiste en el Fenix, en el contra aún eres leyenda. Aún cuentan los más viejos de tu barrio como esquivabas a los carajotes del otro equipo tumbándote hacia las casapuertas en el último suspiro, como Perico bajando las curvas del Turmalet. Del loco de los Pirineos al loco de las casapuertas. Más de un telefonillo tiene tu adeene. Qué legado...
Pero hace 30 años que no juegas al contra y las jambas siguen siendo de marmol.
"Le fou des Pyrénées".
Del blog: http://www.1001experiencias.com/experiencias-miticas/cuando-perico-fue-el-loco-de-los-pirineos/
Aún así, levantas la vista una fracción de segundo y divisas el objetivo y tu salvación: una casapuerta al fondo a la izquierda (al fondo a la derecha, huelga decir que todo es vater).La vieja y oxidada máquina de cálculo de tu cerebro arranca, y mientras la vista le sigue transmitiendo la información que convierte en órdenes para tus piernas: mierda, meao, mierda, meao... meao, meao, mierda, meao... otra partición comienza a procesar los datos obtenidos en la efímera visual: distancia, velocidad, resistencia del aire, viento en contra, altura, anchura...
¡3,2,1!... ¡der tirón!...
El vuelo dura poco. El dolor en la cadera y el hombro durará más. Pero lo has coseguido. Makinón. Estás a salvo; o eso crees. A primera vista lo que ves es una casapuerta de mierda en un callejón de mierda (y orín). Pero no sobrevive uno en las calles 40 años haciendo caso a las primeras vistas. Siempre hay más.
La dantesca casapuerta, el candado oxidado por cerradura, la no repuesta pegatina del cerrajero a modo de rendición, el telefonillo empotrado en costra, el junquillo calcinado del marco, la brillante pringue en la puerta huella de una mano desesperada, la pared ruinosa... y el cartel. Sujeto primero con cinta para marcar y anclado posteriormente con chinchetas para mantener firme la inscripción. ¿Dónde estoy?... ¿un solo perro ha hecho de esta calle un infierno?, ¿vive aún algún vecino en esta vía aparentemente muerta?, ¿débese la comentada cochambre al can?...
Dante, puerta, calcinación, desesperación, ruina, inscripción, infierno, vida, muerte, can... ¡cielo santo!...
No sé cuántas cagadas tardé en leerla pero lo hice. "La divina comedia" cayó en mis manos en el vater del amigo rarito de un amigo carajote en cuya casa pasé unos meses recogío. Nunca supe si las pilas de libros que ocupaban su vaterclós eran literatura o papel higiénico, pues a falta de éste, y teniendo a tiro aquella biblioteca...
En mi descargo diré que jamás mancillé un clásico. Cervantes, Chejov, Chespir, Estivenson, Estendal, Esteinbek, Cortázar y otros muchos podían respirar tranquilos si era yo el obrante (lo de tranquilos es un decir, se sobreentiende). Pero tenía que limpiarme y por consiguiente debía elegir. Y lo hice.
"El perfume" fue perdiendo hojas en una especie de apestoso otoño hasta quedar reducido a un panfleto con tapas duras. Siempre me había dao coraje ese libro. No sé ni de qué va, pero de vérselo a cientos y cientas de carajotes que lo bajaban a la playa a hacerse los intelectuales le cogí manía. Conozco alguno que ha tardado en leerlo más de siete veranos. Siempre lo llevaban sobre la toalla y con la portada a la vista. Yo no llevaba ni toalla. No la he llevado hasta cumplir los 35 y porque ya no pude esquivar más el puretismo. Sieso que es uno. Sieso pero leío, y "La divina comedia" me marcó. Por eso pude reconocer la puerta del infierno en cuanto la vi. La puerta que impedía el paso a los vivos y la salida a los muertos guardada por el cancerbero, el perro de tres cabezas (y por lo que se ve de tres culos). La auténtica entrada al inframundo en cuya puerta también había una inscripción:
“...por mí se va a la ciudad del llanto;
por mí se va al eterno dolor;
por mí se llega al lugar en donde moran los que no tienen salvación...".
"Lasciate ogne speranza, voi ch'intrate..."
"Abandona la esperanza si entras aquí".
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