(Texto escrito el 6 de enero de 2012 e inmediatamente traspapelado
entre las cientos de pamplinas archivadas en la carpeta “Pamplinas varias” que
surte a este blog).
Tras años de comprar y regalar sin freno, los precios de los
juguetes de moda se dispararon debido a la gigantesca demanda. Los padres,
abuelos y familiares de cualquier parentesco abrumaban a los pequeños de la
casa con montañas de juguetes que en la mayoría de los casos ni habían pedido
ni sabían siquiera que existían. El ritual de ir a recoger la recaudación
juguetil a casa de los abuelos, los tíos, los vecinos y los amigos se fue
convirtiendo poco a poco en una auténtica tortura para los padres que veían
como a medida que aumentaba el volumen de regalos disminuía el espacio
habitable de sus pequeños y carísimos pisos de 2 habitaciones. Pero a pesar de
la evidente mala educación que esta práctica suponía para los niños y de que muchos
de los juguetes acababan deprimidos al ver cómo sus menudos dueños sacaban más
partido lúdico a sus cajas de embalaje que a ellos mismos, todos seguían el
juego. Nadie era capaz de dejar a sus criaturitas sin el juguete de moda o con
un número de regalos inferior a 3 (uno por rey mago) por el temor a que quedaran
señalados tras las crueles comparaciones infantiles. Papá Noel y los reyes
magos se hicieron compatibles tras siglos de enfrentamiento cultural y ya
acudían a todas las casas alternándose en el calendario. Incluso compartían
soga o escala para balancearse juntos durante todo diciembre en muchos balcones.
Y llegó la navidad de 2011.
Tras el estallido de la burbuja inmobiliaria, en plena
crisis financiera, miles de pequeños inversores vieron una oportunidad de
multiplicar sus activos comprando el juguete de moda.
Llevados por una especie de fiebre especuladora, la misma
que a otros como ellos les hizo invertir sus ahorros en comprar casas que nunca
habitarían pero que intentarían vender más caras, comenzaron a comprar juguetes
tratando de intuir cuál sería el producto estrella de las siguientes navidades.
Algunos dilapidaron sus fortunas apostando al “pocoyó indigente”; otros se
arruinaron retirando del mercado miles de palés de “barbis yonquis”. Los que
apostaron por el “bob esponja alcohólico” o el “gormiti indignado” no corrieron
mejor suerte. Y tampoco acertaron los que invirtieron todos sus ahorros en
comprar decenas de “clínicas abortistas de playmobil”. Sólo algunos afortunados
dieron en la tecla y apostaron por unas muñecas horrorosas pero
inexplicablemente populares; como Belén Esteban o raquel bollo. Las monsters high
(mosterjai pa los de cádi).
Pero acertar no era suficiente; luego había que conseguir hacerse
físicamente con algún ejemplar. Y no era una tarea fácil: http://www.lavozdigital.es/jerez/v/20111216/ciudadanos/monster-high-peleas-padres-caos-tiendas-20111216.html
.
Así, al igual que pasara con los pisos, pasó con los
juguetes. Saltamos en un abrir y cerrar de regalos de la burbuja inmobiliaria a
la juguetera y el precio y la demanda se desplomaron. De un día para otro, concretamente
del 5 al 6 de enero, Draculaura pasó de venderse a más de 60 pavos en internet
a casi tener que prostituirse para pagarse el maquillaje y el blister que la envolvía. Y de Espectra ni
hablemos. Ella, que había sido la más deseada de la noche de reyes, se ofrecía por
30 euros apenas 24 horas después de la cabalgata. Así lo recogía este anuncio
colocado en los alrededores de la Plaza Mendizabal de Cádiz (Vargas Ponce de tó
la vida) el mismo día 6 a las siete de la tarde. Sin guardar ni el más mínimo luto ni sentir la más mínima vergüenza. Lamentable. Como la vida
misma.
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