7 de mayo de 2012

La Burbuja juguetera

(Texto escrito el 6 de enero de 2012 e inmediatamente traspapelado entre las cientos de pamplinas archivadas en la carpeta “Pamplinas varias” que surte a este blog).

Tras años de comprar y regalar sin freno, los precios de los juguetes de moda se dispararon debido a la gigantesca demanda. Los padres, abuelos y familiares de cualquier parentesco abrumaban a los pequeños de la casa con montañas de juguetes que en la mayoría de los casos ni habían pedido ni sabían siquiera que existían. El ritual de ir a recoger la recaudación juguetil a casa de los abuelos, los tíos, los vecinos y los amigos se fue convirtiendo poco a poco en una auténtica tortura para los padres que veían como a medida que aumentaba el volumen de regalos disminuía el espacio habitable de sus pequeños y carísimos pisos de 2 habitaciones. Pero a pesar de la evidente mala educación que esta práctica suponía para los niños y de que muchos de los juguetes acababan deprimidos al ver cómo sus menudos dueños sacaban más partido lúdico a sus cajas de embalaje que a ellos mismos, todos seguían el juego. Nadie era capaz de dejar a sus criaturitas sin el juguete de moda o con un número de regalos inferior a 3 (uno por rey mago) por el temor a que quedaran señalados tras las crueles comparaciones infantiles. Papá Noel y los reyes magos se hicieron compatibles tras siglos de enfrentamiento cultural y ya acudían a todas las casas alternándose en el calendario. Incluso compartían soga o escala para balancearse juntos durante todo diciembre en muchos balcones. Y llegó la navidad de 2011.

Tras el estallido de la burbuja inmobiliaria, en plena crisis financiera, miles de pequeños inversores vieron una oportunidad de multiplicar sus activos comprando el juguete de moda.
Llevados por una especie de fiebre especuladora, la misma que a otros como ellos les hizo invertir sus ahorros en comprar casas que nunca habitarían pero que intentarían vender más caras, comenzaron a comprar juguetes tratando de intuir cuál sería el producto estrella de las siguientes navidades. Algunos dilapidaron sus fortunas apostando al “pocoyó indigente”; otros se arruinaron retirando del mercado miles de palés de “barbis yonquis”. Los que apostaron por el “bob esponja alcohólico” o el “gormiti indignado” no corrieron mejor suerte. Y tampoco acertaron los que invirtieron todos sus ahorros en comprar decenas de “clínicas abortistas de playmobil”. Sólo algunos afortunados dieron en la tecla y apostaron por unas muñecas horrorosas pero inexplicablemente populares; como Belén Esteban o raquel bollo. Las monsters high (mosterjai pa los de cádi).

Pero acertar no era suficiente; luego había que conseguir hacerse físicamente con algún ejemplar. Y no era una tarea fácil: http://www.lavozdigital.es/jerez/v/20111216/ciudadanos/monster-high-peleas-padres-caos-tiendas-20111216.html .
Así, al igual que pasara con los pisos, pasó con los juguetes. Saltamos en un abrir y cerrar de regalos de la burbuja inmobiliaria a la juguetera y el precio y la demanda se desplomaron. De un día para otro, concretamente del 5 al 6 de enero, Draculaura pasó de venderse a más de 60 pavos en internet a casi tener que prostituirse para pagarse el maquillaje y el blister que la envolvía. Y de Espectra ni hablemos. Ella, que había sido la más deseada de la noche de reyes, se ofrecía por 30 euros apenas 24 horas después de la cabalgata. Así lo recogía este anuncio colocado en los alrededores de la Plaza Mendizabal de Cádiz (Vargas Ponce de tó la vida) el mismo día 6 a las siete de la tarde. Sin guardar ni el más mínimo luto ni sentir la más mínima vergüenza. Lamentable. Como la vida misma.

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