14 de diciembre de 2010

Cadiztorias: Jalogüin gaditano (1ª parte)

El contexto
Domingo 31 de octubre de 2010, 18:30 de la tarde. Víspera del día de todos los santos, o lo que es lo mismo, en inglés: Halloween.
Camino solitario reflexionando acerca de lo aburridos y sobre todo lo largos que resultan los domingos por la tarde. Especialmente éste, que dura una hora más por culpa del puto cambio de hora durante la madrugada anterior.
Un cerebro aburrido es para las dudas existenciales lo que la mierda para las moscas: comida. La primera (duda, no mosca, aunque hoy también estoy hecho una mierda) me asalta a las puertas del Parque Genovés a donde he llegado fortuitamente guiado por unas piernas sin gobierno: ¿pa qué carajo se cambia la hora?, ¿a qué viene este auto-engaño colectivo?... dicen que es una medida de ahorro... ¿y compensa?, ¿quién carajo ahorra en un día que dura más?, ¿cuánto ahorra?...¿se descubrirá algún día en el futuro qué había detrás de este montaje?, ¿será una conspiración?... Sólo por el incordio que supone mirar dos veces el reloj para darle tiempo a tu cerebro a pensar la hora que es ahora y no antes, ya habría que quitarlo. Es como el euro, que seguimos pensando: 3 euros - 100 pavos, 20 euros - 3 talegos, 50 euros - 8 talegos... ¿pa qué carajo ha valido entonces?... pa metérnosla doblá, como el cambio horario.
¿Y la putada que es tener que ir cambiando la hora de cada reloj?; antes cuando nada más que se tenía un casio cagón en la muñeca, todavía, pero, ¿y ahora que vivimos en una cuenta atrás vital permanente rodeados de relojes que nos recuerdan cómo se nos va gastando la vida?: el del coche, el del móvil, el del portátil, el del ipod, el del gps, el del microondas, el del video (si, qué pasa, yo sigo teniendo video. Y además beta, pa dar por culo), el reloj de la cocina, el reloj del salón, el reloj del dormitorio, el reloj de la cámara, el reloj del plasma (sí, qué pasa, tengo plasma y video beta, con dos cojones), el reloj del horno, el reloj de la termomix, el reloj de la nevera... total, que la hora que gano atrasándola, la pierdo en atrasarla, toma jeroglífico... así vivo, en un conflicto espacio-temporal permanente más chungo que el del viejo de los pelos blancos de regreso al futuro. Po toavía tengo que aguantar a carajotes neojipis de esos que te dicen -yo no llevo reloj; no lo necesito, paso de que el tiempo me controle...
-¿que pasas de que el tiempo te controle?... el big ben te metía por el culo yo a tí desgraciao... claro, rodeao de relojes como estamos no te hace falta llevar uno en la muñeca… pero en el culo nunca viene mal, gilipollas. Seguro que fumas y no llevas tabaco. Ni dinero. Ya te diremos los carajotes que llevamos reloj la hora y te daremos un cigarrito y cambio pal autobús... Parásito!!...
En fin, como puede verse, el cambio de hora provoca ciertos trastornos físicos y mentales que no se han valorado y que seguro que hacen que no merezca la pena. Así que lloremos un poco o seguiremos mamando.

Pues eso, que tales disquisiciones me habían llevado a las puertas del parque genovés la tarde de la víspera del día de todos los santos. Y ya que estaba allí, entré. El parque genovés es un lugar seguro para vagar y pasear sin miedo, excepto en Halloween. Pero yo no lo sabía. A media hora del cierre (es desalojado cuando cae el sol) la zona del merendero permanecía llena de gente. Cosas de la crisis. El nuevo chiquipark de Cádiz; un lugar donde celebrar los cumpleaños con piñas, piedras, palos, gatos, palomas y charcos en lugar de piscina de bolas y rolans macdonals gilipollas. Y gratis.
Pero al pasar junto a las mesas dos cuestiones captaron mi atención. Por un lado la decoración: de árbol a árbol colgaban guirnaldas con calabazas, esqueletos y fantasmas compradas en el chino. Por otro la edad de los asistentes: ninguno bajaba de los 30 tacos. Algunos llevaban capas de drácula y sombreros de bruja. Había también 2 abuelos vestíos aproximadamente de fredy cruguer y 3 abuelas que o bien se acababan de levantá de la tumba y eran zombis o bien se acababan de levantá de la cama y venían despeinás y en batas de boatiné. Y había whisky. Y ron y ginebra. Y canutos. Un botellón por derecho en el que las parejas y familias se mezclaban y perdían los papeles sin pudor en una especie de wustok gaditano. Un bastinaso.
Agobiado por el cambio de hora y asqueado por ver a dos abuelas borrachas remangarse sin éxito las sábanas viejas que componían sus localistas disfraces de casper para echar una meada impune en mitad del camino, decidí internarme en la espesura del parque. Allí donde sólo llegan algunos de los estrechos senderos que parten de los caminos principales. Lo que en ese momento no sospechaba era que aquél intento por alejarme de la realidad podía suponer también alejarme de la vida; o acercarme a la muerte, según se mire.
En mitad de la fronda, perdido en la foresta, todo el mundo siente algo de miedo. Sobre todo si ve acercarse un zombi de siete años con una bolsa del mercadona en la mano diciendo: -¿truco o trato?...

El suceso
-¿Truco o trato?, respondí repreguntando mientras observaba como de los matorrales de alrededor surgían, como espectros de sus tumbas, drácula, el muñeco diabólico, dos frankestein, cásper, cuatro zombis y dos esqueletos. -Hostia, pensé, -pues si que ha calao hondo la modita esta del Halloween. Si los yanquis han conseguío llegar con su colonización cultural hasta lo más profundo de la espesura del parque genovés, esto ya no tiene marcha atrás. Más vale que Alex de la Iglesia grabe cuanto antes “Don Juan Tenorio, cazador de zombis” o “Pánico en la noche de difuntos” pa ponernos un poco al día o tendremos que enterrar nuestras tradiciones, nunca mejor dicho, para siempre.
 - Si pisha, ¿truco o trato?, respondió con descaro el infantil zombi extendiendo la bolsa del mercadona.
Sonriendo por lo extravagante de la escena, le contesté:
- es que no sé cómo se juega a esto, es la primera vez que me pasa, ¿qué se supone que debo hacer?...
– tienes que darnos dinero o te asustamos y te pegamos.
- ja, ja. Sólo di dos “jas”. El tercero no pude emitirlo al sentir la afilada punta de una rama en la yugular. Sin moverme, miré de reojo hacia abajo y comprobé que al final de aquél florete vegetal había una especie de payaso zombi diabólico que no llegaría a los 6 años. No pude ni tragar saliva pues la punta de aquella lanza me presionaba la garganta. Aquella situación, por familiar, fue como un deyaví[1]. -Esta situación ya la he vivido antes, pensé. Al contrario de lo que le había dicho al zombi de la bolsa, no era la primera vez que me pasaba. Atracos como este ya los había sufrido en los ochenta, claro que, a manos de yonquis en busca de pasta pa la dosis y no de niños de 6 años disfrazados de payasos zombis diabólicos. Pero una jeringuilla usada, una navaja o una rama afilada acojonan lo mismo cuando presionan la yugular… ¿qué estaba pasando?...

Origen
Desde que vimos las primeras películas sobre Halloween hasta que la fiesta empezó a celebrarse en Cádiz habían pasado algunos años, pero aún había gente como yo que nos habíamos resistido ante aquella invasión cultural. No es que me gustara el tenorio, ni fuera un talibán de nuestras tradiciones, de hecho pienso que muchas son un coñazo, sino que aquella tradición de ir de unifamiliar en unifamiliar pidiendo chucherías no tiene interés desde el momento en que uno vive en un bloque de catorce pisos en la barriada. Bloque donde con 13 años no tuve cojones de vender ni una sola caja de polvorones para irme de viaje de fin de curso en octavo. Como a otros tantos niños de mi quinta, me acabaron comprando las 12 cajas de polvorones mis padres; eso sí, retirándome por supuesto la paga, en concepto de liquidación de la deuda adquirida, durante los dos años siguientes. Así que ni viaje de fin de curso ni ná, y encima comiendo polvorones duros y caducaos desde mediados de los 80. Con estos antecedentes, ¿podía acaso esperar que alguno de los siesos de mis vecinos sintiera ahora el altruista impulso de comprar chucherías para regalárselas a los niños del bloque?, ¿podía esperar que la vieja del segundo a quien escupíamos por la espalda nos abriera la puerta sonriente para darnos caramelos en lugar de achucharnos a los gatos?, ¿podíamos esperar que el cabrón del 6ºB nos regalara chocolatinas en lugar de obligarnos a bajarle la basura y traerle tabaco amenazándonos con un “si no ya te cogeré en la escalera”?, ¿podíamos acaso esperar que el inquilino del 7ºC se gastara algunos euros en regalarnos chucherías cuando debía dos años de comunidad y le mangaba to los días el diario y una barra de pan del pomo de la puerta al del bar denfrente?...
En definitiva, no es que no me gustara Halloween, sino que en Cádiz era implanteable. Era. Ya no. Todo evoluciona.
Igual que la ancestral celebración celta salta al nuevo continente y desde allí nos es devuelta transformada en una pastelosa fiesta de disfraces y golosinas y en películas de “notemuevasdeaquíqueahoravuelvo” o “separémonosparaqueelpobresicopatapuedamatarnosunoauno”, aquí y ahora se estaba produciendo la siguiente transformación.
A base de ver películas yanquis de adolescentes gilipollas muriendo uno tras otro, pandillas de niñatos disfrazados de personajes de terror recorriendo urbanizaciones pastelosas pidiendo chucherías y fiestas de erasmus borrachos al principio en pabs irlandeses y al final hasta en las peñas flamencas, los gaditanos estaban asimilando la dichosa celebración. De hecho ya se había asimilado y transformado el nombre: de Halloween a  Jalogüin; y no hacían falta unifamiliares.
(En algunas zonas de la ciudad el término ha evolucionado de forma diferente: Hallowey)

Los primeros años no se dio importancia a la introducción de ciertas costumbres foráneas en torno al 1 de noviembre, pero poco a poco fueron surgiendo las primeras voces en contra. La resistencia se tornó feroz pero poco tenían que hacer el tenorio y compañía ante la brutal potencia de la fiesta yanqui basada en el cachondeo puro y duro sin ningún tipo de compromiso o exigencia destacable:
Don Juan: -¿no es verdad ángel de amor, que en esta apartada orilla más pura la luna brilla y se respira mejor?...
Doña Inés: - Sí, pero yo me vuelvo a la otra aunque sea nadando, tío triste... prefiero no ver la luna y respirar peor asfixiándome con el humo del tabaco en la fiesta Erasmus denfrente a que me rayes la cabeza to la noche..triste, que eres un triste…
Y así fue como Halloween arrasó; porque la noche de todos los santos española no innovaba desde que zorrilla pensó: “mesaocurrío una historia del carajo”.
Pero igual que la naturaleza se abrió paso en jurasic park, estaba claro que a base de años la arraigada cultura popular local había sido capaz de asimilar las nuevas influencias y mezclarlas con las más ancestrales tradiciones dando como resultado algo nuevo e infinitamente más potente. Una mutación cultural que a modo de exclusiva se estaba presentando ante mis ojos… y mi yugular...
 La edulcorada fórmula yanqui del “truco o trato” era un herramienta potentísima en manos de cualquier kinki gaditano. Ofrecía mejores resultados que las antiguas “¿tiene cinco pavos?” o “¿tiene un sigarrito?” pues dejaba en manos de la víctima el establecimiento voluntario de la cantidad a mangar no limitando el importe máximo de dicha cantidad sino dejando que fuera el miedo el que libremente lo hiciera. Los resultados eran espectaculares. Además, la mezcla con los métodos y fórmulas tradicionales ofrecían infinitas posibilidades de complementar y amplificar la amenaza aumentando considerablemente los beneficios. Por ejemplo, si ante el mencionado “truco o trato” una víctima no sentía miedo suficiente como para entregar una cantidad que cumpliera las expectativas del kinki, a éste siempre le quedaba en la retaguardia el eficacísimo y ochentero: -“a como te registro y me queo con to lo que lleves…”. Halloween estaba a punto de convertirse en Jalogüin, la noche de todos los palos, la noche de los kinkis hirientes, la fiesta de todos los kinkis del mundo, una noche basada en el pequeño hurto y el mangoneo consentido. Y eso, eso si que da verdadero miedo…

La espesura
En lo profundo del Parque Genovés he visto de todo: kinkis, coitos, sobredosis, monos pajilleros, porros, viejos pajilleros, botellones, dinosaurios, palomos mutantes, palomos mutantes pajilleros… pero nunca un payaso zombi de 6 años armado. Claro que, ¿había estado alguna vez allí donde me encontraba?... Quiero decir, ¿había verdaderamente alcanzado alguna vez la espesura?...
Cuando uno atraviesa el Parque Genovés suele hacerlo vagando por los caminos, dejándose llevar por esas cuidadas pistas de tierra que siempre de forma curva parecen conducir inexorablemente al confiado caminante a la fuente de los patos, a la de los niños del paraguas o a los columpios. Nunca había recorrido aquellas escasas 2 hectáreas con ánimo exploratorio ni cartográfico y ahora me arrepentía. Pero estaba claro que nunca antes había estado allí; en aquel punto donde ni siquiera podían escucharse las rodadas de los coches por el adoquinado suelo del cercano Paseo de Carlos III. Tampoco podían escucharse las putas motos. Casi me dolía la cabeza de no escuchar nada. Me iban a estallar los tímpanos de tanto silencio; la falta de costumbre. La pantalla vegetal que nos rodeaba era impresionante, casi tropical. A escasos metros arrancaba un espeso bosque de helechos gigantes sobre el que se desparramaban a modo de estalactitas vegetales cientos, miles de lianas y enredaderas que parecían tejer una infranqueable y verde tela de araña. ¿Dónde estaba eso?, ¿cómo es que nunca lo había visto?... ¿cómo era posible que existiera en Cádiz un sitio a salvo del levante y el poniente y no se supiera?...
 - Bueno qué!, ¿te decides, pringao?... exclamó impaciente el payaso zombi
- Dinero no tengo, hijo… respondí en la confianza de que hasta allí llegara la broma.
- ¡Pues te vas a cagar, desgraciao!... ¡y yo no soy tu hijo!... -¡zas!...  Con un rápido movimiento de muñeca apenas perceptible consiguió transmitir tal elasticidad a la punta de la rama que consiguió marcarme en el cachete. Me llevé la mano a la cara de forma refleja, y de forma perpleja comprobé que la sangre transferida a la palma de mi mano adoptaba una forma caprichosa. Me había pintado un nabo en la cara. Ni zeta del zorro ni pollas, bueno, polla sí… pero no pude más que tragar saliva, y a duras penas. El leñoso florete había vuelto a mi yugular y me presionaba obligándome a desplazar el cuerpo hacia lo más hondo de la selva…
 No sé cuánto tiempo estuvimos andando pues el reloj y el móvil fueron las primeras posesiones que entregué. Además, tras convertir en jirones mi yersi y mis pantalones, la agresiva vegetación al contacto con mi piel, comenzó a producir un efecto narcótico que me mantuvo colocado durante toda la marcha. Cada vez que una hoja o rama me rozaba, liberaba una sustancia tóxica en mi epidermis que se convertía en la dosis justa para mantenerme encarajotao. ¿Qué tipo de plantas eran aquellas que funcionaban como pequeños camellos vegetales?...
En mi ensoñación recordé que fue precisamente el botánico gaditano Celestino Mutis el responsable de que muchas de estas exóticas especies fueran descubiertas, catalogadas y cruzaran el charco hace más de dos siglos. ¿Tendría él la respuesta?... ¿habría alguna conexión?...  ¿tendría la oportunidad de preguntárselo en persona si me lo cruzaba en formato zombi en esta noche de muertos vivientes?...  qué moraso io…

El campamento
Tras una larga y ensirocante caminata a base de rozamiento vegetal, llegamos a una especie de poblado que se repartía desparramado por un amplio claro. Me recordaba a los que salían en Rambo cuando iba en busca de los sharlis. Abandonar la exuberante vegetación me permitió ver nuevamente el sol y hacerme una idea verdadera del grupo que componían mis captores; parecía una chirigota infantil; aunque, a decir verdad, algunos de los que esperaban nuestra llegada tenían más pinta de juveniles infiltraos que de infantiles. El tamaño de sus portentosas nueces los delataba; algunos tenían la proa de Elcano bajo la barbilla (y el colgante de oro del Camarón a modo de mascarón).
Las cabañas y barracones se situaban justo en la linde con el bosque, bajo las últimas copas de los árboles y entre los poderosos arbustos que gradualmente aminoraban la altura vegetal hacia el claro. Recorrimos un buen trecho orillándolo hasta llegar a la que sería nuestra celda o más bien jaula. Mirando diametralmente al otro lado del claro nada hacía sospechar la elevada densidad de construcciones que lo circundaban. Sin duda el camuflaje cumplía su objetivo. Tras dejar atrás algunos barracones de descanso, comenzamos a cruzar lo que parecían aulas y sombrajos de reunión. Grupos de niños aparentemente disciplinados atendían las explicaciones de sus imberbes profesores. Ni un murmullo, ni una desobediencia… - vaya, ¿habéis creado una escuela?... –pregunté gratamente sorprendido a pesar de todo. - zi, pisha, bemo venío dasé rabona[2] ner colegio pa metesno en otro… ¿teskí ar carajo, shufla?... ¡anda y no zea más carajote!… ¡tira palante, gilipolla!... – gritó mi juvenil guardián endiñándome un monumental cosqui[3] por laspalda que a modo de reseteo me ayudó a interpretar lo que tenía ante mis ojos de forma más exacta.
Efectivamente aquellos sombrajos no formaban una escuela, sino un campo de entrenamiento que ríete tú de Al Qaeda y de las FARC. En cada uno se instruía a los niños en una disciplina diferente, pero todas iban orientadas a hacer de ellos auténticos combatientes expertos en guerrilla urbana. En el primero que dejamos atrás se enseñaba a poner mala cara con ánimo de intimidar a las víctimas. Los alumnos permanecían de pie dispuestos en dos filas enfrentadas cara a cara a escasos centímetros una de otra. De repente el instructor gritaba: - ¡labio superioooooor!... - y todos respondían marcialmente acribillándose a perdigonazos de saliva : -¡sobre labio inferior!...¡narí pabajo, ojos parriba, hombros patrás, cuello palante!... ¡caaaaaaaaa...brón!!!!...
 - acojonante...
En el segundo sombrajo se impartían técnicas de provocación. Algunos niños hacían de figurantes formando un pequeño grupo mientras un voluntario se acercaba y practicaba siguiendo las indicaciones del instructor:
- ¡Tema 4: dominio de la situación en caso de inferioridad numérica; 1er. Paso: provocación por acercamiento echando cojone. Objetivo: identificar al carajote del grupo. Ar!
- qué miráis?... preguntaba altanero el voluntario acercándose provocativamente al grupo.
- nada… respondía uno asumiendo casi al mismo tiempo su carajotismo...
- ¡2º Paso: Acojonamiento del carajote. Objetivo: identificación del líder natural. Ar!
- ¿quién ta dicho a tí que hables, gilipolla?... comentaba pegándose a su cara con la técnica del labio superior sobre el inferior.
- deja ar shavá que no estaba mirando ná… intervenía otro individuo señalándose del tirón…
- ¡3er. Paso: Sometimiento y humillación pública del líder o abanderado. Objetivo: dominio total del grupo por anulación del factor superioridad. Ar!...
- homeeee… ya salió la maricona… ¿tú que tiene gana de charla o qué?... ¿qué ere?, ¿el papaíto de to esta gente?... ira!, ira lo que tengo aquí en el codo… dijo el provocador avanzando por el pasillo de respeto abierto en la masa y señalándose ostensiblemente el codo derecho con el índice izquierdo… -ira, ira… ¡asércate, maricona!...
Cuando la maricona, perdón, el líder, estuvo lo suficientemente cerca del codo del provocador, éste, con un rapidísimo y certero movimiento, completó la ancestral técnica del “mírame el codo” bajando el antebrazo derecho hasta agarrarle completamente el paquete. -¿Ahora qué, maricona?... preguntó en voz alta apretando cruelmente la mano mientras el líder se retorcía de dolor hasta caer de rodillas ante el grupo… -¿tú quería desirme argo?... ¡habla!... ¡que no mentero con tanto ay,ay!…
- ¡4º paso: Sellado de la nueva autoridad. Objetivo: coronación del nuevo líder. Ar!
- …con to lo valiente que era y míralo ahora… ¿sabéi dónde están ahora los cojone de la maricona esta?... ¿qué pasa?... ¿ahora ninguno queréi hablá?... ¡ven pacá, carajote!... ordenó el provocador dirigiéndose claramente al individuo identificado como carajote al comienzo de la operación… -¿dónde están los cojone de tu amiguito?... ¡responde!... – en tu mano… dijo en voz baja el carajote… -¡en tu mano, señor!... ¡venga!, ¡decidlo todos en voz alta!... -¡en tu mano, señor!... -¿quién manda asquí?... - ¡tú, señor!... – muy bien, ¿y sabéis por qué mando yo?... porque mis cojone no le caben en la mano a ninguno de vosotros, mariconas… ¡ámono!...

La demostración había sido brutal y suponía la confirmación de algo mucho peor: si hasta ahora la condición de líder pandillil era sólo achacable a una aleatoria mezcla de carácter, traumas infantiles e inteligencia, a partir de ahora existía un método. Un corpus teórico y documental, un temario con el que cualquier Kinki hijoputa con aspiraciones podría avanzar más rápido saltándose pasos infructuosos. Eso significaría que los nuevos líderes podrían ser cada vez más jóvenes… como era el caso de mi captor…

El jefe
Con 6 años y apenas un metro de altura avanzaba por la selva con paso firme, liderando el grupo. Le precedían Cásper y un esqueleto blandiendo dos enormes machetes con los que iban abriendo paso. El jefe no titubeaba en su marcha a pesar de que las dos enormes hojas pasaban continuamente por delante de su cara… - ¡zaaaaaaas!... ¡zas!... ¡zaaaaaaass!... ¡zas!... De repente, al pasar junto a otro de los sombrajos, levantó la mano derecha y el grupo se detuvo. Al entrar en el aula todo el mundo se puso en pie: -¡Cogeslo ahí!... exclamó desde el umbral… -¡ay!... respondieron los casi 50 alumnos levantando la mano derecha al unísono. El zombi payaso diabólico avanzó hacia la pizarra donde en ese momento había un alumno en pleno ejercicio. Desde el camino podía escucharse el rechinar de sus dientes de puro miedo y podía leerse el letrero de la entrada: plástica. La pizarra parecía estar llena de garabatos y en el centro el profesor había dibujado una cuadrícula donde el alumno estaba pintando un enorme y simétrico nabo al que aún le faltaba un huevo. –Te falta un huevo, dijo el jefe dirigiéndose al alumno que aparentaba ser un par de años mayor que él. –No tanto, señor, respondió el alumno… -sólo un cojón y el pelo, añadió. –oooooohhhh… murmuraron sus compañeros al tiempo que comenzaban discretamente a parapetarse bajo los pupitres y a cubrirse con las sillas… -un cojón y el pelo… repitió el jefe mirando alternativamente a la pizarra y al alumno. Con un ligero movimiento de cabeza señaló al alumno un cartel que colgaba justo al lado de la pizarra cuya inscripción decía: -Tema 1: el nabo de pared:El nabo de pared se compone de 2 cojones y un carajo y su silueta se pinta de un solo trazo. Éste trazo es la representación mínima de nuestra santísima trinidad: cojón, carajo y cojón y la unidad mínima de medida en nuestro sistema métrico nabal. Aunque por si solo ya consigue transmitir nuestro mensaje, puede ser completado con 2 rayas para el glande y cuatro rayas, 2 por huevo, para el pelo.
El alumno lo leyó acojonado y en silencio.
-¿Eres consciente de lo que has hecho?... le preguntó el jefe… miles de años de evolución y de perfeccionamiento técnico hasta conseguir una imagen gráfica, un icono, capaz de transmitir en un solo trazo toda la información posible acerca de nuestro pensamiento sobre algo o alguien, tirados por el suelo. Un cojón y un pelo… Para entonces, el resto de la clase y el profesor ya llevaban un rato escondidos bajo las mesas como en mitad de un simulacro de terremoto. Y es que fue eso lo que vino entonces: un terremoto. El jefe quitó la tiza de la mano al alumno y comenzó a pintar nabos por el aula. Poco a poco iba aumentando la velocidad hasta que llegó un momento en que ya no se veía más que una especie de tornado de polvo de tiza que se desplazaba por el aula de forma endiablada arrastrándolo todo a su paso. No duraría más de 10 segundos, pero se hicieron interminables. Una espesa nube de polvo blanco lo envolvía todo al principio hasta que por fin comenzó a asentarse. De entre la niebla surgieron dos figuras, ambas parecían acabar de haber salido de las ruinas de las torres gemelas. Una, la del jefe, abandonó la estancia dejando tras de si un remolino provocado por la corriente de aire al avanzar. Otra, la del alumno, permaneció inmóvil como job, convertido en estatua de tiza. Para cuando el jefe se hubo incorporado a nuestra caravana ya podía apreciarse levemente su obra entre el polverío: suelo, techo, mobiliario y paredes habían sido convertidos en una especie de capilla Sixtina nabal.
- La letra con nabo entra, me dijo al verme perplejo.

(Continuará...)

[1] Deyaví: De-ya-visto. Recuerdo de algo no sucedido: precuerdo. Ej.:  - Tengo la sensación de que yo esto ya lo he vivío antes… - ¿antes?, ¿cuándo te vas a haber jincao tú sólo un bogavante como éste, desgraciao?, si no tienes donde caerte muerto… -a lo mejor lo he soñao, será un deyaví  –¿deyaví?… que no ome que no, que esto no la visto tú en tu puta vida… ira qués corales…
[2] Rabona: novillos. Escaqueo escolar gaditano. Vacaciones unilaterales del alumno que tienen como destino un parque, plazoleta o poyete escasamente alejado del centro escolar. Ej.: - ¡niño!... ¿tú que hace asquí en el parque?... –ná, mamá… que el maestro de siensia nos ha mandao recogé unas muestras de planta pa un trabajo… -aro, aro…¡el coño mirmana!... ¿y ta disho que despué de cogesla te las fume con los colega, hioputa?...¡anda ya par colegio, grifota!... ¡rabonero!.... –ofú omáaaa!...
[3] Cosqui: humillante golpe en la cabeza con el nudilllo del dedo corazón. Ej: -¡booooteee pastó!... -¡pom! (pelotazo en lasparda) -¡no madao!... -¡noniná!, ¡cosqui, la pringá!, ¡cosqui, la pringá!... 

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